La llamada reforma educativa lleva ya una larga década de vigencia, aunque todavía existen lugares del país (la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo) donde todavía no ha sido puesta en práctica. En su momento fue objeto de polémicas importantes y luego cayó en un cono de sombras, pero en estos días ha vuelto a ocupar un lugar destacado en la atención pública a raíz de los fracasos de los aspirantes al ingreso universitario.
Se ha señalado al ciclo llamado Polimodal como el culpable de los pobres resultados de los aspirantes al ingreso en la educación superior. Con el nombre de Polimodal se conoce al sector que agrupa a lo que eran los años tercero, cuarto y quinto de la antigua estructura. Los dos primeros años de la escuela media pasaron a ser, en la reforma, el octavo y el noveno; según las variantes puestas en práctica, permanecieron físicamente dentro del ámbito secundario o pasaron a ser extensiones de la educación primaria, mezclando -de una manera poco recomendable- alumnos de poca edad con adolescentes o preadolescentes.
Las autoridades educativas de la provincia de Buenos Aires han reconocido y remediado muchos de los errores derivados de la reforma, pero lo que salta a la vista es que esta transformación, en la cual se gastaron sumas realmente considerables, no produjo los resultados que prometió.
Por supuesto, sería demasiado ingenuo achacar totalmente a la reforma educativa los problemas de quienes hoy ven frustrado su ingreso en la Universidad. En un campo donde las causas son tantas y tan complejas, el análisis se vuelve siempre difícil. Pero cualquiera sea el ángulo elegido para examinar el fenómeno, resulta evidente, de todos modos, que la reforma no generó alumnos con capacidades adecuadas para incorporarse a los estudios superiores.
Hoy se está recomendando, con justa razón, que la escuela media incremente sus exigencias (con reforma o sin ella). El adolescente de nivel secundario, que ve todavía a la universidad como algo totalmente distante, no suele hacer esfuerzos serios para prepararse debidamente y después se encuentra con un muro contra el cual fracasa. Solamente superan el obstáculo los pocos que están en condiciones de vencerlo.
No debe olvidarse, de todas maneras, que la escuela secundaria, a diferencia de lo que sucede con otros sectores de la educación escolar, está radicalmente alejada de la vida del adolescente. Para chicos que viven la cultura de la rapidez, del videoclip, de la televisión o la computadora, la oferta escolar consiste por lo general en permanecer sentado, con la atención concentrada en una clase que dura sesenta, setenta u ochenta minutos y que pocos adultos estarían en condiciones de soportar. Salvo excepciones, hoy resulta difícil, en ese contexto, crear interés en el alumno, atrapar su mente, enseñar.
La escuela viene realizando, sin embargo, una lenta y no siempre comprendida reforma, ajena a leyes y disposiciones oficiales, que se está gestando ya en sus niveles más elementales, como el jardín de infantes o los primeros años de la educación primaria, donde no hace falta plantear exigencias ni castigos para que los chicos aprendan, en condiciones de máxima eficiencia y libertad, lo que históricamente fue casi un castigo, como la adquisición de la lectoescritura. Esta se suele producir hoy como un juego más, en las "salitas" de cuatro o cinco años. Estos datos deben alentar una tarea que es indudablemente muy difícil, pero cuya finalidad más importante es hoy religar al alumno, y al adolescente en particular, con una institución a la cual muchas veces se sienten emocionalmente ajenos.