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Nació
en Buenos Aires, en 1827, donde transcurrió su infancia y cursó los primeros
estudios. En 1840, su padre, embajador en Río de Janeiro, lo llevó a su lado junto con el resto de la
familia. Se despertó en él, en plena adolescencia, la afición a las letras y
las artes.
En
1848, fue enviado a París porque uno de sus hermanos se encontraba enfermo;
allí templó su espíritu liberal y afinó su exquisita cultura políglota. Vuelto
a Río de Janeiro, se mezcló en los círculos intelectuales.
De regreso a Europa, visitó Inglaterra, por cuya democracia manifestó gran admiración; en su paso por Francia, tuvo ocasión de presenciar la revolución liberal de 1848, cuyos ideales le despertaron gran admiración.
Cuando
regresó a la patria, don Carlos, luego de 12 años, con conciencia de la
situación política, dijo: “la pasión lo
gobernaba todo”. Su padre era desterrado por el gobierno de Buenos Aires en
manos de Juan Manuel de Rosas y toda la familia lo acompañó a Montevideo. Al
terminar el exilio, regresó y vivió en el olvido más completo. Fueron años que
él definió como signados por “aberraciones deplorables”: en 1854 la provincia
de Buenos Aires aprobó su constitución unitaria y cimentó su separación del
resto de la república que se organizaba con capital en Paraná al mando de Justo
José de Urquiza. Guido vivió sustraído del quehacer público hasta 1859, cuando-
aunando esfuerzos con los que luchaban por la nación desde Paraná- aceptó el cargo de Subsecretario de
Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores. Optó por los principios de
la Confederación ante la fuerte preeminencia política del Estado de Buenos
Aires. Desde entonces, se enfrentó con Bartolomé Mitre.
Spano
renunció al cargo en octubre de 1861 y nuevamente se refugió en Montevideo. Sobrevino
para él una época de mezquina lucha por la vida, que puso a prueba su natural
optimismo y despreocupación por las cosas materiales.
Volvió a Brasil, patria de
sus primeros sueños juveniles, en misión comercial; pero no era hombre para
esta clase de empresas, y recaló otra vez en nuestro país, entre sus libros y
versos, en medio de penurias económicas con la sola compensación de los afectos
familiares.
En poco tiempo perdió a sus padres. Asolaba la ciudad la
fiebre amarilla de 1871, y con infinita abnegación y simpatía humana, Guido y Spano se alistó como primer
soldado en la cruzada defensiva. Debido a esta enfermedad, perdió también a su
esposa, Micaela Lavalle.
Tantos
dolores acumulados lo deprimieron profundamente. Pero logró recomponerse y en
1872, siendo Nicolás Avellaneda ministro de Domingo F. Sarmiento, fue nombrado
Secretario del Departamento Nacional de Agricultura, de reciente creación.
En 1874,
Carlos Guido se sumó a los defensores de Avellaneda, que había sido electo
presidente, “contra la rebelión que
promueve si no encabeza (según B. Sarlo),
Mitre”. Quizá no reconociera Avellaneda sus méritos y su lealtad; así, don
Carlos ya no volverá al escenario de las luchas políticas; serán en adelante
los años del poeta admirado de Buenos Aires, consagrado por la minoría culta.
Ocupó varios cargos oficiales, entre los cuales se destacó
como director del Archivo General de la Nación y como vocal del Consejo
Nacional de Educación. Su actuación pública se extendió a la firme y activa
oposición a la Guerra del Paraguay o Guerra de la Triple Alianza, y a la
fundación de la Sociedad Protectora de Animales, al tiempo que se afirmaba cada
día su fama literaria y crecía su popularidad.
Carlos
Guido y Spano se había iniciado como poeta, publicando algunas composiciones en 1854, en la Revista el Paraná.
Más tarde, plasmó su obra poética en dos volúmenes: Hojas al viento (1871), donde recopila sus obras desde
1854, y Ecos lejanos (1895), segundo
de sus libros de poesía, recibido con unánime admiración; según la mirada
crítica de Beatriz Sarlo, es ésta una obra “de
madurez, aunque no sea la más perfecta ni la más rica de Guido: abunda la
poesía de circunstancias, los “versos de álbum, el poema comprometido con la
realidad política o la historia, tónica en la que Guido es menos feliz. […] Del
hogar como célula primaria e integradora, Guido pasa […] a su concepto de
patria: el hombre se mueve en dos ámbitos que se complementan y que son
irrenunciables […].” [En Sarlo, Beatriz: “Los últimos
románticos”, en: Historia de la Literatura Argentina, Tomo II, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1980, p. 196]
En prosa, publicó sus Misceláneas Literarias (1874), colección de sus traducciones. Y
en 1879, editó “Ráfagas”, recopilación de
artículos políticos, históricos, polémicos, obra que contiene críticas
literarias y de personajes de la sociedad de su época, así como referencias
autobiográficas. Hay allí descripciones en las que desenvuelve un admirable
humor, mitad sajón y mitad latino, con sagaces reflexiones y juicios certeros.
Sigue vivo en obras como esta Trova, que se convirtió en tradicional afirmación patriótica popular:
“ He nacido en
Buenos Aires.
Qué me importan los
desaires
con que me trate la
suerte!
Argentino hasta la
muerte,
he nacido en Buenos
Aires”
Fue Guido y Spano un poeta que
amalgamó con sello muy personal, el sentido moderno de su poesía con un clásico
equilibrio en la expresión de los sentimientos más tiernos y la contemplación
casi pagana de la belleza.
Murió muy anciano el 25 de julio de 1918, habiendo conservado hasta los últimos tiempos toda la frescura y juventud de su espíritu, rodeado de jóvenes
y viejos que lo visitaban y consultaban como respetado patriarca de las letras.
Grandes homenajes oficiales y populares se rindieron en su tumba.
El Himno del Centenario escrito por Guido y Spano. El
escritor León Benarós entiende que este himno es una de
las composiciones patrióticas más olvidada.
El creador de la música de este Himno del Centenario de la Independencia fue Juan Serpentini, músico nacido en Recanati (Italia) en 1864 y fallecido en Buenos Aires en
1937, radicado en la ciudad de La Plata desde 1886.
Cursó
contrapunto y composición con Juan Bautista Montano en la ciudad de La Plata
(Provincia de Buenos Aires), donde fue director de enseñanza de música en
escuelas y actuó como organista en la Iglesia de San Ponciano de esa ciudad.
Hizo
varios arreglos a la música del Himno Nacional Argentino. Fue autor de dos Preludios y “La Platense”, para orquesta; de “Caridad”, cantata a tres
voces iguales, solos, coro y orquesta y también musicalizó el Himno Oficial del club Gimnasia y Esgrima de la Plata escrito por Délfor B.
Méndez. Este himno fue cantado por primera vez el 9 de julio de 1915 con
motivo de la visita de una delegación del club River Plate Football Club de
Uruguay a la ciudad de las diagonales.
Durante
su estadía en Buenos Aires fue profesor en la Escuela Normal “Mariano Acosta”.
Andrés Gaos era un violinista gallego que, junto a su
padre, llegó a Buenos Aires en 1895 y, a partir de ese momento, comenzó a
componer música patriótica argentina –entre otras obras, un himno
dedicado a Justo José de Urquiza-. Gaos se vanagloriaba de esa rápida inserción
en el país receptor, decía: Me considero argentino no sólo por tener mi
libreta de enrolamiento (Fernández
García, Rosa María: Andrés Gaos. Biografías, Galicia, Xunta de Galicia, 2005, p.
71) y mencionaba como prueba de su argentinismo haber hecho arreglos a piezas
musicales y danzas argentinas elaboradas por Julián Aguirre.
El argentinismo de Gaos iba más allá de
la música, estuvo vinculado a organizaciones de derecha como la Liga
Patriótica, también formó parte de la Asociación Wagneriana. En 1937, durante
la Década Infame, integrantes del gobierno argentino nombraron a Gaos, Director
de los Conciertos Sinfónicos Argentinos en la Exposición Universal de Paris.
Esta designación recibió el apoyo de López Buchardo, director de la Asociación
Wagneriana, quien lo caracterizó como una personalidad de la cultura argentina.
Se trata de un himno sencillo, en cuatro estrofas, cuyo contenido es recordatorio de los hechos del 9 de Julio de 1816, cuando los patriotas “destrozaron un yugo fatal” independizándonos definitivamente de España. Fue escrita con motivo de cumplirse en 1916, el primer Centenario de la Independencia, por lo que comienza con la afirmación de que “Hoy la patria festeja gloriosa”.
En la segunda estrofa hace referencia al hecho histórico y el lugar donde aconteció (Congreso de Tucumán) y lo vincula con Belgrano como a uno de los principales protagonistas de la creación de símbolos que identifican desde entonces a todos los argentinos y que reafirman en nacimiento de una nación libre (Belgrano y la insignia triunfal). En la tercera estrofa vuelve a mencionar que se “cumple un siglo del hecho grandioso” por el que los argentinos son reconocidos internacionalmente (“ya del mundo tenemos la palma”) e insta a compartir como compatriotas el sentimiento “de inmenso fervor” en el alma. Por último en la cuarta estrofa, utilizando verbos en imperativo (“¡Salve! ¡Salve!“) llama a honrar la memoria de “los bravos que dieron libertad a una tierra”, dando por descontada su “fama en la historia” escrita “con emblemas de orgullo y amor”. La tercera edición de este Himno del Centenario de la Independencia se vendía a ochenta centavos; en edición para sexteto (1º y 2º violín, flauta, clarinete, cello, contrabajo y piano), a un peso con sesenta centavos. Y cada parte suelta, a veinte centavos. El poema de Carlos Guido y Spano canta a la libertad y a la gloria de una Argentina en pleno crecimiento, por lo menos, para los pocos que dirigían los destinos del país.
Bibliografía -Benarós, León: “Carlos Guido y Spano y Juan Serpentini: un olvidado “Himno del Centenario de la Independencia” en Desmemoria, Re-vista de Historia, N°11, 1996, p. 163 a 165.
-Petriella, Mauricio y Sosa Miatello, Sara: Diccionario Biográfico Italo-Argentino, Buenos Aires, Dante Alighieri, s/f edición. -Rey, José María: La actuación del profesor Juan Serpentini en la Argentina, La Plata, 1933. -Sarlo, Beatriz: “Los últimos románticos”, en Historia de la Literatura Argentina, Tomo II, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980. -Fernández García, Rosa María: Andrés Gaos. Biografías, Galicia, Xunta de Galicia, 2005
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