Buenos Aires Provincia
Miguel Hidalgo


El zorro


“A las armas, americanos, no hay que perder un instante”

“El indulto, Señor Excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la Patria […]”

“Hijo ingrato” del Señor



El zorro

Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mondarte Villaseñor nació en la Hacienda de Corralejo cerca de Pénjamo, Guanajuato, el 8 de mayo de 1753.

A los doce años de edad, junto a su hermano José Joaquín,  marchó rumbo a Valladolid (en junio de 1765), capital de la provincia de Michoacán, para estudiar en el Colegio de San Nicolás Obispo. El Colegio proporcionaba conocimientos de latín, derecho y estudios sacerdotales. Allí, se alojaban los miembros de la compañía de Jesús, con quienes los niños Hidalgo mantuvieron contacto hasta 1767, año en que esta Orden fue expulsada de América por orden del rey español Carlos III.   

Su paso por el Colegio de San Nicolás, le proporcionó conocimientos en letras latinas, incursionó en la lectura de autores clásicos como Cicerón y Ovidio y de otros intelectuales, en algunos casos religiosos como San Jerónimo o laicos como Virgilio.

A los diecisiete años de edad se consagró como maestro en filosofía y teología. Por su capacidad los estudiantes lo apodaron "El Zorro", por la astucia que mostraba a la hora de desempeñar sus tareas intelectuales.

La zona de Pénjamo, donde se hallaba la hacienda de sus padres, era una de las regiones con mayor diversidad de grupos indígenas. El contacto que tuvo con los trabajadores en su infancia -la mayoría de ellos indígenas- posibilitó que Hidalgo aprendiera muchas lenguas indígenas que se hablaban por entonces en Nueva España, principalmente Otomí, Náhuatl y Purépecha.

Los conocimientos adquiridos le permitieron impartir clases de latín y filosofía mientras desarrollaba sus estudios. Culminados éstos, trabajó en el Colegio San Nicolás, desde 1782 a 1792, muchas veces como tesorero, otras como maestro y desde 1788 como rector. En 1778 se ordenó como sacerdote.


“A las armas, americanos, no hay que perder un instante”

En el contexto europeo de una Andalucía en manos de los franceses, en poder del ejército napoleónico, la Archidiócesis de Zaragoza, encargada de los asuntos religiosos en toda la metrópoli, ordenó a los párrocos de todo el imperio predicar en contra de Napoleón. El sacerdote Hidalgo acató esa orden.

Esos acontecimientos influyeron en el plano local. En Querétaro se gestaba una conspiración organizada por el corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, del que también participaban los militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Los conspiradores planteaban que de sucumbir España ante los franceses, los americanos tenían posibilidad de oponer resistencia y conservar Nueva España para Fernando VII. Además, consideraban que si por el hecho de defender a la Nueva España se los perseguía, debían organizarse para resistir.

Ignacio Allende logró que Hidalgo, desde la región de Dolores, se uniera a su movimiento. Cuando el movimiento se iba a iniciar, el cura, quien se hallaba junto a Aldama, Allende, Abasolo y otros- recibió un aviso de la Corregidora Doña Josefa Ortiz de Domínguez en el que se informaba que uno de los participantes había traicionado el movimiento, dándole aviso a las autoridades. La conspiración fracasó y muchos de los participantes fueron detenidos.

Ante esa situación, Hidalgo convocó a misa, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Los pobladores  se reunieron en el atrio de la iglesia desde donde al grito de “¡Viva México!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Mueran los Gachupines!”, Hidalgo los convocó a luchar por la libertad de los habitantes de la Nueva España.

Alrededor de 12 días después, el ejército insurgente obtuvo una serie de rápidos y fáciles triunfos. De Dolores pasaron a Atotonilco, San Miguel el Grande (hoy conocida como Allende), Chamucuero, Celaya (en este lugar, las tropas dieron a Miguel Hidalgo el grado de capitán general y a Ignacio Allende el de teniente general), Salamanca, Irapuato y Silao, hasta llegar a Guanajuato.

Ante el avance del ejército insurgente, los españoles, huyeron con sus familias y sus riquezas y se refugiaron en la "Alhóndiga de Granaditas", en la ciudad de Guanajuato. La situación generó una sangrienta lucha en la que la multitud enfurecida tomó la fortaleza.

El cura de Dolores marchó a Valladolid y Guadalajara donde se combatió con los españoles y las milicias insurgentes saquearon las propiedades de los peninsulares. Allí, lanzó el “Manifiesto sobre la autodeterminación de las naciones” en el que acusaba a los españoles por habernos robado la libertad y no querer soltar a la presa y en el que instaba: “A las armas, americanos, no hay que perder un instante. […] Animaos del fuego de vuestros compatriotas para disfrutar de las dulzuras de la independencia”.

Allende, Aldama y Jiménez se unieron a Hidalgo, avanzaron hacia Puente de Calderón para enfrentar al realista Calleja. En la retirada los revolucionarios perdieron muchos efectivos y pertrechos.

En Guadalajara, el 29 de noviembre de 1810, Hidalgo dictó un bando en el cual decía que era contra naturaleza vender a los hombres, por tanto, quedaba abolida la esclavitud. Establecía, en consecuencia, que “[…] deberán los amos, sean americanos ó europeos, darles libertad dentro del término de diez días, so  la pena de muerte que por inobservancia de este artículo se les aplicará”.


“El indulto, Señor Excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la Patria […]”.

La preparación del enfrentamiento con las tropas del realista Calleja, ponen de manifiesto ciertas diferencias entre los jefes revolucionarios. Hidalgo propuso vencer a los realistas por las armas y, Allende, planteó evacuar Guadalajara y entregarla a Calleja.

El 14 de enero de 1811, las fuerzas insurgentes se enfrentan a los realistas. Allende –quien no acordaba con el ataque- fue nombrado por el sacerdote, comandante de esa acción militar. Su quehacer, fue eminentemente defensivo y las fuerzas de Calleja quedaron dueñas del Puente Calderón. El 17 de enero los ejércitos vuelven a encontrarse en el campo de batalla y los realistas se apropian de gran cantidad de piezas de artillería, municiones, pertrechos y banderas. Ante el desastre, Hidalgo, pone a salvo a los reservistas. Allende lo responsabiliza por la derrota de Puente Calderón y, con el apoyo de otros oficiales, sale al encuentro del sacerdote para quitarle el mando de la revolución.

Los jefes se reúnen en una sala de la Hacienda del Pabellón. Allende exige a Hidalgo que renuncie la jefatura en su favor, amenazándolo de muerte si no lo hacía. Se le exige, además, que se mantenga simulando ser el generalísimo para que su presencia infundiera fe y confianza en la causa entre los milicianos.

Allende quedó al mando de la revolución. El nuevo generalísimo decidió dar licencia a gran parte de las milicianas, no enviar más delegados por el territorio, disponer de los fondos de la revolución. Se dirigió a Saltillo donde Hidalgo presentó formalmente su renuncia, la que fue aceptada por unanimidad por el consejo de guerra.     

Durante la estancia en Saltillo, el virrey Francisco Javier Venegas envió a Hidalgo y Allende una propuesta de indulto para las tropas, para cuyo cumplimiento debían deponer las armas. El virrey exigía una contestación en veinticuatro horas. Hidalgo redactó la respuesta y Allende, le exigió que no aceptara el indulto porque no incluía a los jefes.

El sacerdote rechazó el indulto, no por cumplir con las exigencias de Allende, sino porque consideraba que sólo se podía entrar en conversaciones con la autoridad española si ésta consideraba  […] por base la libertad de la nación, y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres, derechos verdaderamente inalienables, y que deben sostenerse con ríos de sangre, si fuere preciso”. Descalificó el perdón que se le otorgaba a la tropa diciendo que: “[…] El indulto, Señor Excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la Patria, y menos para los que son superiores en fuerza”.


“Hijo ingrato” del Señor

El generalísimo Allende, luego de avisar al virrey que suspendía unilateralmente las hostilidades, decidió trasladarse a la frontera sur de los Estados Unidos para conseguir apoyo diplomático y comprar armamento.
Esa decisión implicaba dejar acéfala la conducción política y militar de la revolución, luego del golpe de estado dado a Hidalgo. Para colmo, ninguno de los jefes que acompañaban a Allende quería hacerse cargo de tal situación. Finalmente, Ignacio López Rayón fue designado representante.

Mientras éste quedaba en Saltillo con unos tres mil quinientos hombres y veintidós cañones, Allende y otros jefes marcharon rumbo al norte con cinco millones de pesos para comprar armas. 

En las cercanías del poblado de Baján, Allende y las fuerzas que lo acompañaban cayeron en una emboscada que les tendió Ignacio Elizondo, antiguo realista que militaba en las fuerzas revolucionarias para espiar sus actividades y mantener informado al gobierno virreinal.

En la emboscada hubo muchos muertos, algunos insurgentes pudieron escapar y otros fueron capturados por los efectivos españoles. Entre los prisioneros se encontraban Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez y el mismísimo Miguel Hidalgo.

Luego de un juicio sumarísimo, los tres primeros fueron encontrados culpables por el delito de alta traición y condenados a muerte. Luego de ser fusilados, sus cuerpos fueron decapitados.
Durante el juicio, Miguel Hidalgo confesó haber aprehendido europeos, levantado el ejército, fabricado moneda en Zacatecas, construido cañones y armas, depuesto autoridades -europeas o criollas- que no seguían su partido.

Se le imputaron delitos de alta traición, crímenes y asesinatos, sedición, conspiración, y le obligaron a firmar una retractación por los "[…] errores cometidos contra la persona del Rey y contra Dios". Lo identificaron como seguidor de las ideas de la Ilustración y lo condenaron a la degradación.

En un altar presidido por un crucifijo, se sentaron el ministro de la degradación y tres prelados asistentes. Ellos consumaron la ceremonia. Con un cuchillo rasparon las manos y las yemas de los dedos a Don Miguel  Hidalgo y Costilla al tiempo que exclamaban: Te arrancamos la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir, que recibiste con la unción de las manos y los dedos [...]”.

Luego,  cortaron el cabello -haciéndole desaparecer la tonsura- diciendo: “Te arrojo de la suerte del Señor, como hijo ingrato, y borramos de tu cabeza la corona, signo real del sacerdocio, a causa de la maldad de tu conducta”.

Finalmente, el 30 de julio de 1811, condenaron a: “Excomunión y pena de muerte para Miguel Hidalgo. Por profesar y divulgar ideas exóticas: partidario de la Revolución Democrática Francesa. Por disolución social: al pretender independizar a México, del Imperio español. En consecuencia, por traidor a la Patria”.

Miguel fue fusilado al amanecer, según se dice; su último deseo fue un trozo de carbón, con el que escribió en la pared de la celda unos versos en agradecimiento al buen trato recibido por sus carceleros.  
Con la mano en el corazón, los ojos vendados y sosteniendo un crucifijo fue fusilado en el patio del antiguo Colegio de los Jesuitas en Chihuahua, entonces habilitado como cuartel y cárcel (en la actualidad es el Palacio de Gobierno de Chihuahua).

Su cadáver fue decapitado y su cuerpo enterrado en la capilla de San Antonio del templo de San Francisco de Asís en la misma ciudad de Chihuahua; su cabeza fue enviada a Guanajuato y colocada en la Alhóndiga de Granaditas, junto a las de Allende, Aldama y Jiménez.

En 1821 fue exhumado el cuerpo del generalísimo cura Hidalgo y, junto con su cabeza, enterrado en el Altar de los Reyes de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Finalmente, desde 1925 reposa en esa ciudad, en el monumento llamado “Ángel de la Independencia”.