El carácter centralista de la Constitución de 1819, que restringía la libertad de las provincias, motivó la rebelión de los territorios federales, generando una crisis que enfrentó a los caudillos con el Director Supremo José Rondeau. Éste fue derrotado por Francisco Ramírez y Estanislao López en la batalla de Cepeda (1/2/1820), provocando la disolución del gobierno directorial y el inicio de la etapa de autonomías provinciales.
En 1820, San Juan alcanzó su autonomía como provincia, ya que anteriormente, pertenecía a un territorio mayor denominado Provincia de Cuyo liderado por las autoridades de Mendoza. Los dirigentes de San Juan se obligaban a sostener y a obedecer los pactos interprovinciales; la provincia tenía a partir de ese momento, su propio gobernador pero quedaba sujeta a la autoridad legislativa que constituyeran las provincias federadas. El gobierno de Mendoza reconoció la autonomía de San Juan.
Hacia 1826, Sarmiento trabajaba en la provincia como dependiente en el comercio de doña Angela Salcedo de Sarmiento. En ese momento, tomó contacto con el clérigo José Antonio Castro Barros, quien predicó en las plazas ideas contrarias al gobierno de Rivadavia –por entonces presidente de la Nación- y favorables a Facundo Quiroga. Esta prédica provocó la reacción del gobierno sanjuanino, que prohibió hacer alegatos políticos en los templos religiosos donde sólo se debía hablar acerca de la moral santa del Evangelio. Domingo Faustino acudió a los encuentros con Castro Barros. Sus palabras le resultaron interesantes y lo ayudaron a posicionarse políticamente.
En 1827, recibió intimaciones para cerrar la tienda de su tía e ir a montar guardia como alférez de milicia –rango que le había sido asignado en el ejército-. Se negó a cumplir esas órdenes y se quejó, incluso, ante el mismo gobernador que terminó enviándolo a la cárcel. Según él mismo planteaba “[...] entré en la cárcel, y salí de ella con opiniones políticas [...]”; es decir, conociendo el planteo de unitarios y federales que, por entonces, se enfrentaban en diferentes territorios de lo que intentaba organizarse como país. Las diferencias entre estas facciones se habían agravado a partir del rechazo a la sanción de la Constitución de 1826 que no reconocía las autonomías provinciales concentrando en el gobierno central la toma de decisiones.
También en 1827, cuando entró en San Juan el caudillo riojano Juan Facundo Quiroga, Sarmiento se alistó en las tropas que luchaban contra él y desde ese momento, participó en las guerras civiles.
Durante estos encuentros, cayó prisionero y se salvó de ser fusilado gracias a los oficios de su compañero de armas, José Santos Ramírez. A comienzos de 1830, pasó a Chile junto a otros soldados pero prontamente, regresó a San Juan, donde Quiroga había extendido su influencia; Sarmiento decía: “[...] Facundo posee La Rioja como árbitro y dueño absoluto, no hay más voz que la suya, más interés que el suyo [...]” (Sarmiento, Domingo F. Facundo. Buenos Aires: Sopena, 1945). Esta situación exacerba su posición política y lo hizo continuar en su actividad militar. Así, participó en los combates de Pilar y Niquivil en Mendoza. En 1830, fue ascendido a ayudante del Escuadrón de Dragones de la Escolta y luego se lo promovió a ayudante del primer batallón de la Milicia de Caballería provincial de San Juan.
En 1831, Quiroga triunfó en la batalla de Rodeo de Chacón y quedó en poder de Mendoza y San Juan, mientras sus oficiales recuperaron, casi pacíficamente, La Rioja y más tarde, Tucumán. Estos hechos produjeron un impasse en la guerra civil. Esta situación obligó a Sarmiento a emigrar a Chile, donde de mantuvo al margen de la actividad militar. A pesar de su exilio no dejó de ocuparse de la situación de su patria y siguió de cerca las decisiones tomadas por Juan Manuel de Rosas y otros caudillos federales.
En 1835, Facundo Quiroga fue asesinado en Barranca Yaco. Su ausencia posibilitó el regreso de Sarmiento a San Juan. Allí se dedicó a la actividad docente y a la edición de periódicos como El Zonda. Su encendida prédica se vio reflejada en la escritura y circulación de las obras La vida de Aldao y Facundo, que se encargó de hacer distribuir por los territorios provinciales, recogiendo en algunos casos elogios y logrando inclinar voluntades a favor del antifederalismo.
Hacia mediados de la década del ´40, la posición hegemónica de Juan Manuel de Rosas se fue desintegrando, tuvo como adversarios no sólo a los unitarios sino también a elementos federales. En tal contexto, se desatacó la figura de Justo José de Urquiza, el gobernador caudillo de Entre Ríos, quien en 1851, expresó ante la Legislatura entrerriana que no aceptaba que Rosas continuara teniendo a su cargo el manejo de las relaciones exteriores, quedando Entre Ríos, desde ese momento, en libertad de entenderse directamente con los demás países del mundo hasta que, junto a las demás provincias, se constituyeran en una republica. Urquiza había solicitado, en varias ocasiones, la renuncia de Rosas a la gobernación de Buenos Aires en beneficio de los intereses políticos y económicos nacionales y que aceptaba la renuncia presentada por éste. Este documento se conoce como el Pronunciamiento de Urquiza.
Las tropas entrerrianas, junto a las uruguayas, las del Imperio del Brasil, tropas correntinas y emigrados unitarios conformaron el Ejército Grande que batiría a Rosas en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852.
Sarmiento inició su contacto con Urquiza a través de una carta que le envió en febrero de 1851, comentándole cuáles habían sido hasta el momento, sus trabajos y diciéndole que los emigrados tenían depositadas muchas esperanzas en él. En su respuesta, Urquiza lo puso al tanto de su proyecto:
"[...] Cuento con todos los elementos para vencer a Rosas con sangre y en poco tiempo; pero deseo obtener la sanción de los pueblos hermanos, y espero a este respecto conseguir mucho por la justicia de la causa y simpatía que debo encontrar en toda la Confederación, y por la interposición y trabajos de usted por esa parte".
Carta Urquiza a Sarmiento del 23 de junio de 1851 en Sarmiento, Domingo Faustino. Campaña del Ejército Grande. Buenos Aires, FCE, 1988, p. 73.
Sarmiento se incorporó como “Boletinero” del Ejército Grande y junto a las tropas, realizó la campaña que finalizó con el triunfo de Caseros. Con una rudimentaria imprenta, transportada en una carreta, emitió los partes diarios del ejército que luego recopiló en el libro Campaña del Ejército Grande, que dedicó a Juan Bautista Alberdi.
A Sarmiento le agradaba dejar constancia escrita de las actividades que había desempeñado, de sus vivencias, de sus lecturas de la realidad, recurriendo a su propia memoria y apelando también a la de sus contemporáneos. En el documento que se presenta a continuación podrá encontrar narraciones acerca de su participación en las batallas de Niquivil y Caseros.
Memorias militares de Sarmiento. |