Desde el 3 de enero de 1833, Puerto Luis fue rebautizado por los británicos como Puerto Stanley. A partir de ese momento, el gobierno de la provincia de Buenos Aires y luego el de la Republica Argentina iniciaron reclamos por la pérdida territorial de las islas.
En 1833, el gobierno de Buenos Aires realizó alrededor de cinco reclamos oficiales a Gran Bretaña. Manuel Moreno, representante ante el gobierno inglés, presentó un documento que se conoce como la “Protesta” en el que se expresaban los fundamentos vertidos en el decreto del 10 de junio de 1829 cuando se nombraba a Luis Vernet como Comandante de las islas. Allí, se expresaba que las Provincias Unidas del Río de la Plata habían heredado de España los derechos territoriales sobre las islas y que Gran Bretaña no tenía ningún derecho a reclamar.
Los británicos respondieron a través del ministro Palmerston en enero de 1834 y afirmaron que los derechos de Su Majestad Británica nunca se habían extinguido porque, a pesar de haber abandonado Port Egmont, la Corona británica había dejado señales de pertenencia.
El gobierno de Buenos Aires se encargó de anunciar a los gobiernos del mundo el atropello recibido y solicitaba su solidaridad; sólo Bolivia respondió favorablemente. Algunos estudiosos criticaron a los Estados Unidos por haberse mantenido al margen de los acontecimientos y no haber puesto en marcha la Doctrina Monroe frente a la invasión británica de las islas.
Otras protestas formales se presentaron en 1838, 1841 y 1849. Incluso los gobernadores Viamonte y Rosas, en sus mensajes de apertura del período ordinario de sesiones de la legislatura bonaerense, reivindicaron los derechos de las Provincias Unidas sobre las islas.
Manuel Moreno designado por segunda vez embajador en Londres, propuso en 1838 -a instancias de Juan Manuel de Rosas- cancelar la deuda del empréstito con la Baring Brothers tomado durante la gobernación de Martín Rodríguez, reconociendo la ocupación británica de las islas Malvinas.
Algunos estudiosos evalúan esta actitud como una claudicación a la soberanía del país sobre esos territorios. Otros, como el historiador británico John Lynch, sostienen que se trató de una maniobra de Rosas poniendo a prueba al gobierno británico, ya que de aceptar el canje estarían reconociendo que las islas Malvinas formaban parte del territorio de las Provincias Unidas.
La respuesta del gobierno británico fue negativa, ya que consideraba que las islas que ya poseía les pertenecían. Por otra parte, la deuda a la Baring Brothers era privada y no del gobierno británico.
A pesar de la continuidad del reclamo por la vía diplomática, los problemas internos de las Provincias Unidas -que incluyeron entre 1852 y 1862 la separación de Buenos Aires del resto de la Confederación- la ocupación inglesa de las Malvinas no fue un tema que se mantuvo vigente en las discusiones públicas.
José Hernández en 1869, desde el periódico “El Río de La Plata” publicó algunas cartas enviadas por el Jefe de la Marina Nacional, Comandante Augusto Laserre y críticas propias al olvido de los gobiernos rioplatenses sobre las islas Malvinas. Hernández expresaba:
“[...] En los tiempos contemporáneos tenemos ejemplos elocuentes de esa verdad. Austria devolviendo el Véneto a la Italia, después de haber experimentado el fusil de aguja; Francia desprendiéndose de México ante la actitud de los Estados Unidos; España abandonando las islas del Perú, ante la explosión del sentimiento americano, son hechos recientes que confirman la saludable revolución de las ideas de moral y de justicia, que se opera en el mundo.
Gobiernos ningunos en los últimos tiempos han llevado más adelante ese respeto por la opinión universal, que los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra, y son los gobiernos más fuertes del mundo. La época lejana de ilusorias conquistas pasó y los americanos y los ingleses son hoy los primeros en condenar los atentados que se consumaron en otro tiempo a la sombra de sus banderas.¿Cómo no esperar entonces que los Estados Unidos y la Inglaterra se apresuren a dar testimonio de su respeto al derecho de la Nación Argentina, reparando los perjuicios inferidos, devolviendo a su legítimo soberano el territorio usurpado?.
Entendemos que la administración del General Mitre se preocupó de esta cuestión y envió instrucciones al ministro argentino en Washington, que lo era el señor Sarmiento, para iniciar una justa reclamación por la destrucción de la colonia y el abandono a que esto dio lugar.Parece que el señor Sarmiento no reputó bastante explícitas las instrucciones, aunque apoyó resueltamente el derecho de entablar aquella reclamación. Entre tanto, deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás.
Y pues que la ocasión se presenta, preocupada justamente la opinión pública con la oportuna publicación de la interesante carta del señor Lasserre, llenamos el deber de iniciar las graves cuestiones que surgen de los hechos referidos. Llamamos la atención de toda la prensa argentina sobre asuntos de tan alta importancia política y económica, de los cuales volveremos a ocuparnos oportunamente”.
El Río de la Plata, noviembre de 1869, en Hernández, José, Las Islas Malvinas.Buenos Aires, Joaquín Gil Editor, 1952.
En 1889-90, se llevó a cabo en Washington la Primera Conferencia Internacional Americana, convocada por el secretario de Estado norteamericano, James Blaine. La idea que trataron de imponer los representantes estadounidenses era la de conformar una unión aduanera para las Américas, para la que proclamaban los principios de igualdad y reciprocidad entre las naciones. Las acciones intervensionistas de Estados Unidos –sobre todo en Centroamérica- ponían en el tapete que esos eran principios declamados, pero no aplicados en la práctica. En esa ocasión, los representantes argentinos, Roque Sáenz Peña y Manuel Quintana se opusieron a estas propuestas, destacando el carácter geopolítico más que económico de la conferencia ya que los estadounidenses estaban tratando de expandirse territorialmente. Al hacer uso de la palabra, Sáenz Peña citó a un senador estadounidense que afirmaba que "los estados hispanoamericanos comenzarán entregándonos las llaves de su comercio, para terminar entregando las de su política". Finalizó su intervención diciendo que al lema de la doctrina Monroe "América para los americanos" podía contraponérsele el de "América para la humanidad". De algún modo, se trataba de poner a salvo la soberanía de las repúblicas latinoamericanas.
Esa cumbre internacional finalizó con la fundación de la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas y su secretaría permanente, la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas, antecesora de la Organización de los Estados Americanos y del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Era claro que los Estados Unidos iban avanzando para concretar su objetivo “América para los norteamericanos” y que daban a conocer su posición a otras potencias -europeas- que tenían dominios en América Latina. Pusieron en acto esta solidaridad americana cuando fue beneficiosa a sus intereses.
Durante el siglo XIX, Argentina llevó adelante una serie de reclamos ante el gobierno británico. Veamos qué planteaba Manuel Moreno durante su estadía en Londres, en 1838.