Buenos Aires Provincia
Dirección General de Cultura y Educación

Interculturalidad

Donde se establece algún tipo de percepción, allí se constituye el mundo y, la tradición, es lo que lo hace posible.

Todo conocimiento tiene un origen social. La tradición no es una fuerza que se mueva en forma mecánica o que tenga origen biológico, sino que es una fuerza histórico-humana que al ir conformando al mundo, se va conformando a sí misma.  No es algo que se herede, sino que los seres humanos construyen con mucho esfuerzo y trabajo. No es la transmisión oral o las leyendas subjetivas la que la cimentan. Ella, la tradición, es el motor potente que posibilita el desarrollo de nuestra vida histórica. 

Descanso dominical en el conventillo. Caricatura de Alejandro Sirio publicada en Caras y Caretas. Las vestimentas, las dan cuenta la diferentes procedencias de sus habitantes.   La tradición no obedece a una sola fuente, es una forma de producción social constante. Mitos, rituales, costumbres, son la expresión de una fuerte esperanza compartida comunitariamente. La tradición es un principio constitutivo de la realidad histórica y cultural; se encuentra presente en todo el quehacer humano, como parte de la vivencia social colectiva.

La tradición es tanto continua como discontinua, pero en su desarrollo histórico no es que lo anterior desaparece, pero tampoco lo posterior es simple continuidad de lo anterior. La dinámica social  provoca  reacomodamientos en la tradición y genera una adaptación sociocultural para la reproducción y mantenimiento de la identidad del grupo social donde ella circula.   

A pesar de que los estudiosos de diversas ramas de las ciencias sociales no han  logrado un consenso general respecto de su conceptualización, se acepta que la tradición nace y crece unida a la historia de la humanidad en sus diferentes contextos, portada por los seres humanos dentro y desde su presente. Esta interacción produce una relación dialéctica entre pasado-presente-futuro e imprime un carácter de unidad que consolida, integra y refuerza los lazos de quienes componen la sociedad.

Más que de tradición, lo correcto es referirnos a la existencia de tradiciones. A pesar de que los Estados-nación trataron de privilegiar una tradición y de homogeneizar a las sociedades en torno de una “cultura nacional”, no se puede soslayar la existencia de múltiples tradiciones que con sus  identidades, pensamientos, experiencias, prácticas sociales, valores, representaciones, aportan a la construcción de las sociedades.

Celebración de la festividad de la Virgen de Copacabana, patrona de Bolivia,  en Morón. Allí, fundaron en 1973, una entidad que nuclea a los residentes de la comunidad boliviana.  Las inmigraciones tempranas al Río de la Plata se produjeron desde la etapa de la colonia y luego desde la independencia y hasta los inicios de la colonización agrícola durante el período de la organización nacional.

La inmigración masiva transatlántica, atraída por proyectos colonizadores, la Ley nacional Nº 817 de Fomento de la inmigración y colonización, fue arribando a la Argentina desde fines del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial. Durante esa etapa, llegaron, principalmente, españoles e italianos, a los que se sumaron árabes, franceses, suizos, polacos, rusos, griegos, entre otros.

Desde 1950 y hasta la actualidad, las corrientes migratorias más numerosas provinieron de los países limítrofes. Uruguayos, paraguayos, bolivianos, chilenos, peruanos dejaron sus países de origen fundamentalmente por motivaciones económicas; valorando que la Argentina se encontraba en condiciones económico-sociales superiores a los territorios que abandonaban. Los inmigrantes, en un principio, se instalaron en las regiones fronterizas, debido a que se insertaban en el mercado laboral regional. Luego, la demanda de mano de obra mermó como consecuencia de la tecnificación de las economías locales-. Fue a partir de entonces, cuando la inmigración de los países limítrofes se incrementó en Capital Federal, Provincia de Buenos Aires, Córdoba y Tucumán.

Festejos del Año Nuevo Chino en la ciudad de Buenos Aires (Barrio de Belgrano) - 2008 También, desde las primeras décadas del siglo XX, la Argentina fue receptora de inmigrantes de países asiáticos, sobre todo, japoneses. A partir de 1960,  se incorporaron coreanos que se establecieron en la ciudad de Buenos Aires y, en los ´70, laosianos que huían de la guerra en Vietnam y que, amparados por las Naciones Unidas se concentraron en la provincia de Misiones. Desde 1990, proliferó la inmigración de chinos y taiwaneses, instalados en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano, dedicados al comercio a través de la instalación de autoservicios, venta de indumentaria, etc. 


Monumento a la mujer caboverdiana en Berisso. Los integrantes de la comunidad comenzaron a llegar a comienzos del siglo XX. Desde 1927 se nuclean en la Asociación Caboverdeana de Ensenada. Además, desde los ’90, aumentó la inmigración africana. Los inmigrantes provienen de Senegal, Nigeria, Mali, Mauritania, Liberia, Sierra Leona. Debido a la inestabilidad social y política de sus países de origen, llegan atraídos porque conocen una imagen positiva de la Argentina. Arriban mayoritariamente varones jóvenes que se emplean, sobre todo, en el área de la construcción. Los caboverdianos se instalaron en el país desde comienzos del siglo XX.

Es bastante común la frase “Argentina es un crisol de razas”.¿Qué implica esta concepción? El concepto de crisol, conlleva la idea de purificación, destilación y creación, ya sea de una entidad nueva o de una forma más pura de un original contaminado o imperfecto. Esta idea de “mezcla de razas” que tuvo vigencia durante gran parte del siglo XX –y goza aún de gran aceptación-, fue la versión dominante tradicional a través de la cual se pretendía instalar la visión de una sociedad homogénea y acrisolada; una forma de legitimación y afirmación de una “tradición nacional” que excluía simbólicamente, la imagen de grupos culturales que mantenían-compartían sus rasgos étnicos y, a la vez, incorporaban elementos culturales de la sociedad en la que recientemente se habían instalado. La idea de crisol buscaba invisibilizar las tradiciones de estos grupos, de “asimilarlos”, en el sentido de lograr que perdieran/escondieran su identidad y que adoptaran la de la sociedad receptora.

Los inmigrantes intuyen estos códigos, sienten su presión. De ahí que abandonen la endogamia y organicen sus matrimonios con personas originarias de la sociedad receptora; que no les enseñen a sus hijos su lengua; que tengan poca o nula participación en las organizaciones comunitarias y traten de “mezclarse” o “pasar inadvertidos” entre los miembros de la sociedad receptora.  

Abandonando el concepto de “crisol de razas”, consideramos que el contacto intercultural llevado a cabo en los procesos de migración internacional, se convierte en una gran oportunidad para descubrir las riquezas que estos grupos sociales aportan en el interjuego dialéctico que involucra dos totalidades culturales: la de la sociedad de origen y la de la sociedad receptora. Los inmigrantes, inmersos en tradiciones distintas, interactúan con los integrantes de la nueva sociedad en forma constante y confrontan con “otros”. Así construyen, mediante su experiencia de extrañamiento tanto con los propios como con otros grupos humanos, percepciones de la alteridad y de su pertenencia identitaria.

La interculturalidad implica el desarrollo de una comunidad de vida compartido por personas de comunidades con tradiciones distintas, pero que por una u otra razón se encuentran comunicándose en un tiempo histórico y en un espacio geográfico dados.

Estas consideraciones respecto de los inmigrantes, es también válida para las movilidad interna de poblaciones que se produjeron desde la década de 1930 y hasta la actualidad, desde distintos puntos del país hacia ciudades o regiones que ofrecían mejores condiciones de trabajo y de vida para esos pobladores. En un tiempo, se les atribuyó el mote de “cabecitas negras”, utilizado aún en la actualidad. 

El reto es no quedarse en los estereotipos que se han venido construyendo acerca del “otro inmigrante-migrante interno”, no quedarse en los aportes negativos; sino reconocer y valorar los aportes de sus tradiciones, posibilitar que éstas se hagan visibles, estableciendo nuevas pautas de identificación y reconocimiento que permitan que el aporte de estas diferentes tradiciones fortalecen la personalidad de cada pueblo.


No existe en la Argentina ni en Buenos Aires una tradición única, las estadísticas de la población limítrofe llegada al país da cuenta ello. Le proponemos la lectura de las mismas y de algunas conceptualizaciones respecto de la importancia de rescatar y revitalizar las tradiciones y las culturas.

Cultura, memoria de las sociedades. Lic. Diana Hamra

Encuesta complementaria de migraciones internacionales, INDEC, 2001