Rafael José Hernández nació en el partido de San Martín, el 10 de noviembre de 1834. Hijo de Rafael Hernández e Isabel Pueyrredón, miembros de viejas familias patricias.
Su infancia transcurrió en la misma chacra de Pueyrredón que lo vio nacer y en donde se familiarizó desde chico, con la forma de vida de las pampas.
En marzo de 1857, después de fallecer su padre, se instaló en la ciudad de Paraná. Allí, el 8 de junio de 1859, contrajo matrimonio con Carolina González del Solar con quien tuvo siete hijos.
En su juventud, vivió en los campamentos militares bajo las órdenes de Prudencio Rozas, y en las estancias de Camarones y la Laguna de los Padres; en donde, por otra parte, completó su educación gauchesca.
Después de la batalla de Caseros, dejó “la pampa” y la cambió por la ciudad, para intervenir, como civil y como militar, en las luchas que dividieron a los argentinos en los años de la organización nacional. Sus simpatías, lo llevaron -pese a su origen porteño- y a su anterior actuación como federal, a colocarse del lado de Urquiza, al quien acompañó en Pavón y Cepeda. A raíz de su actuación en los campos de batalla, llegó al grado de sargento mayor, aunque nunca reclamó ese cargo oficialmente y a la vez, enriqueció sus conocimientos de la vida gauchesca, ya que el ejército de entonces, estaba casi íntegramente constituido por gauchos que guerreaban de acuerdo a la vieja estrategia de la montonera.
Fue un hombre de excepcional inteligencia, que -casi carente de escuela- todo lo aprendió en la vida misma. Su naturaleza fue la de un gaucho, capaz de transfigurarse, cuando las circunstancias lo exigieron, en ciudadano eminente.
Como funcionario, hizo carrera en la política interna. Su participación lo llevó a ocupar distintos cargos. Fue sucesivamente: oficial contador, taquígrafo parlamentario, fiscal de los tribunales, diputado, ministro de hacienda y miembro del Consejo General de Educación de la Provincia de Buenos Aires. Su actuación parlamentaria, siendo presidente de la Cámara de Diputados fue destacada. En su desempeño, defendió el proyecto de federalización por el que Buenos Aires pasó a ser la capital del país.
En su carácter de periodista, lo contaron, entre sus colaboradores, los periódicos: El Nacional Argentino, con una serie de artículos en los que condenaba el asesinato de Vicente Peñaloza. En 1863, estos artículos fueron publicados como libro bajo el título Rasgos biográficos del general Ángel Peñaloza y La Patria de Montevideo, y como fundador, El Río de la Plata de Buenos Aires. En unos y otros, afiló su pluma y adquirió consumada destreza de escritor.
Dardo Rocha, fundador de la ciudad de La Plata, tuvo en Hernández un destacado colaborador. Siendo gobernador de Buenos Aires en el año 1880, quiso enviarlo en un viaje a Australia a fin de que se compenetrara respecto de la organización de su sistema agropecuario, invitación a la que Hernández declinó. Por entonces, escribió su manual Instrucción del estanciero, en el que revelaba profundo conocimiento de los problemas de la tierra y proponía una forma de modernizar la vieja estancia criolla sin excluir de ella al gaucho, por el que siempre mostró respeto. Pese al notable valor de esta obra, hoy es casi ignorada.
A pesar de haber escrito versos en lengua culta, (el romance de "El viejo y la niña”, las octavillas "Los dos besos", los "Cantares"), Hernández debió su fama, a sus versos gauchescos, en espacial, a “Martín Fierro", su famoso poema, cuyas dos partes aparecieron respectivamente en 1872 y 1878. Allí pintó de manera impecable la vida del gaucho de la época, narrando sus vivencias y sentimientos más profundos.
"Martín Fierro", del que dijo Mitre en carta a José Hernández (1879) "es una obra y un tipo que ha conquistado, su título de ciudadanía en la literatura y en la sociabilidad argentina”. Avellaneda le aconsejaba a Hernández que:
“siga escribiendo, soltando, con espontaneidad su vena, matizando la observación propia, ingenuamente reproducida, con "recuerdos" comunes a todos, y no tendrá pronto, en cuanto a la difusión de su palabra escrita, sino un rival, tal vez invencible: Martín Fierro”.
Esta obra constituyó el más extraordinario éxito editorial alcanzado por obra alguna de Hispanoamérica, al punto de que al lado de las múltiples ediciones legítimas, surgieron innumerables ediciones clandestinas, las más de ellas plagadas de erratas. También fue traducida a muchos idiomas.
José Hernández escribió un texto que provocó el aplauso de los doctos, no sólo de América, sino también de España. Menéndez y Pelayo consagra al Martín Fierro como la obra maestra del género gauchesco que llegó al alma misma del pueblo, quien la reconoció como suya, tan suya, que sus ediciones se vendían en las pulperías de campaña junto con los fósforos, la yerba y el tabaco.