La confluencia de pueblos diferentes, autóctonos, criollos e inmigrantes conformaron al hombre del lugar, con una especial identidad y un profundo apego a la tierra. Si la tradición es el enlace del pasado con el porvenir, perduran en el sitio las huellas de lo anterior. Cada aguada antes fue un jagüel, cada camino una rastrillada, cada pueblo un fortín.
En esta región, al igual que en todo el país, hubo una fuerte corriente inmigratoria propiciada por el Estado, que mientras comandaba la campaña militar contra los pueblos originarios, levantaba el lema “gobernar es poblar”.
En esta zona, se encontraban grupos de ranqueles y araucanos, que fueron reducidos con la “Campaña del Desierto”, y con ellos casi toda su cultura, de la que sólo quedan tenues muestras, como la artesanía del tejido que aún está vigente en mestizos y criollos.
Ferrocarril e inmigración le pusieron ruido y color a la pampa. Llegaron italianos, franceses y españoles, y un tiempo antes, muchos criollos expulsados de las estancias, como mano de obra en la construcción de las líneas férreas que dirigían los ingleses. En el flamante tren, llegó la restante inmigración de sirios, libaneses, judíos, alemanes, polacos y con ellos, multitud de lenguas y dialectos, costumbres, creencias, religión, modas, diversiones, música, danzas y canciones, cosmovisiones.
En las tertulias de esos tiempos, en el salón principal de la casa, se escuchaban y bailaban valses, tarantelas, polcas y mazurcas interpretadas en piano; y afuera, junto al asado y al fuego, se encontraban los estilos y milongas que los criollos humildes interpretaban en sus guitarras.
Esa mezcolanza era el síntoma de un país parido de muchos otros. Fue de esta forma que se configuraron gran parte de las tradiciones que actualmente tienen las zonas rurales y las localidades del Partido de Rivadavia. Las comidas típicas, la conformación y los vínculos familiares y vecinales, las diferentes formas organizativas: clubes, sociedades de fomento, bibliotecas, son un legado que persiste, en muchos casos, transformado y resignificado por los descendientes.
Los extranjeros y sus descendientes pasan a constituir, en el ámbito rural, el grueso de una incipiente clase media instalada entre las dos que la precedían: la de los estancieros y la de los peones. Se asentaron en un primer momento en colonias que luego, fueron tomando la forma político-administrativa de pueblos.
Los inmigrantes llegaban a un país donde la tierra estaba dividida de antemano; el arriendo fue una alternativa que tuvieron para comenzar a armar su pequeña explotación agropecuaria. Gracias a su esfuerzo y al ahorro, muchos de ellos, pudieron cumplir el sueño de la tierra propia.
Las hibridaciones culturales entre gauchos, gringos y pueblos originarios se pueden advertir en las costumbres propias y compartidas. Se produjo un fenómeno singular: el inmigrante, en lugar de aferrarse a su propia cultura aislándose del nuevo contexto social, adoptó como arquetipo al gaucho, idealizando lo criollo y adoptando ciertos hábitos: las vestimentas, el caballo, los giros idiomáticos, la artesanía del cuero, el mate, el asado, los pasatiempos, las comidas, la música y la payada.
Es por esto que en las jineteadas, los desfiles o fiestas tradicionalistas que reúnen a los pobladores en la actualidad, una multitud de apellidos gringos y españoles se entreveran con mestizos y cada uno puede hacer visible y compartir con otros su tradición de origen.
Para conocer más profundamente las tradiciones que se encuentran vigentes en el Partido de Rivadavia de la provincia de Buenos Aires, los invitamos a compartir los comentarios que han brindado algunos miembros de su comunidad.
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