Los primeros holandeses desembarcaron en Tres Arroyos hace más de 115 años, sin saber que convertirían a aquella lejana estación -por entonces la más austral del Ferrocarril del Sud- en la ciudad sede de la colonia más importante y numerosa de holandeses radicados en suelo argentino.
La Iglesia Reformada, la Cooperativa Rural Alfa y el Colegio Holandés, además del ejemplo en el modo de cultivar la tierra, son los principales aportes de este grupo humano a la localidad.
Según Ida van Mastrigt, cónsul del Reino de los Países Bajos en Tres Arroyos y nacida en ese país: "Fue muy dura la vida de los primeros inmigrantes porque vinieron tras una promesa que nunca se cumplió. Muchos regresaron, otros murieron y los más fuertes quedaron".
Hacia fines del siglo XIX, cinco años después de la fundación de la ciudad que toma su nombre de los arroyos Orellano, del Medio y Seco, hubo dos intentos de colonización: uno en La Hibernia, una estancia propiedad de don Enrique Butti, y el otro en Cascallares, impulsado por Benjamín del Castillo. Esa fue la inmigración más sufrida.
La colonia de Castillo fue la que trajo la mayor cantidad de holandeses. Alrededor de 80 familias de esa nacionalidad se asentaron en sus tierras. Cuentan que prácticamente todos los días salían carros con cuerpos para ser sepultados en el cementerio. La alimentación era una de las principales barreras: estaban acostumbrados a comer verduras y desconocían la manera de preparar la carne, que terminaban hirviendo. No existían los alambrados, el suelo nunca se había movido y escaseaban las herramientas de trabajo. Los rebaños de ovejas eran más frecuentes que los vacunos, chúcaros y huidizos.
Muchos holandeses se vieron obligados a abandonar el país o dedicarse a algún oficio en Tres Arroyos. Tal el caso de los hermanos Verdonschot, quienes instalaron una carpintería.
Los pioneros debieron que resignarse y no estuvieron conformes al vivenciar que les era posible conseguir asentarse en las tierras anheladas. Pero hubo un grupo que logró continuar con sus propósitos y comenzó a trabajar las tierras de lo que hoy es San Cayetano. Con arados tirados por bueyes y con palas, ellos fueron contribuyendo a cambiar la fisonomía de la llanura tresarroyense.
El espíritu solidario, las convicciones religiosas y el empeño por conservar sus costumbres los mantuvieron unidos, trabajando campos cercanos entre sí. Compraban los comestibles y otras mercaderías en conjunto y ahorraban un 30 % de su costo. "Es la colonia más grande de la Argentina y sus miembros conservan la forma de trabajar; aun los de la segunda y tercera generación encaran con mayor seriedad y con mejor visión económica los proyectos", comentó Jaime Kolen de paso por su ciudad natalm quien optó por emigrar al país de sus padres.
En 1931, guiados por ese espíritu batallador, entraron en negociaciones con Candia, un estanciero de Tres Arroyos, propietario de La Federación. Llegaron a un buen acuerdo de arrendamiento y deshicieron todo lo hecho en San Cayetano -alambrados, casas, molinos y galpones- para trasladarse a las nuevas tierras. Todavía ninguno tenía campo propio, oportunidad que sólo les llegó cuando se fundó la colonia de San Francisco.
En su mayor parte, eran agricultores, pero también había gente dedicada al tambo y a otras producciones. "Mi abuelo materno es floricultor y se vino solo; acá formó una sociedad con otro holandés y se dedicó a cultivar flores, actividad que todavía continúa la familia", contó Evelina Attema, una joven de 23 años con todos sus ascendientes ligados al país de los tulipanes. Por parte de la familia del padre son tamberos. La joven decía: "Es como que siempre hemos estado entre las flores y las vacas".
Enriqueta Prinzen de Zandstra quedó como la cabeza de una familia de tamberos. "Tenemos alrededor de 280 vacas y 6000 litros de leche de producción, se hacen dos ordeñes por día y mediante un chip, al ordeñarlas, sabemos cuántos litros da cada una de ellas", contó esta mujer nacida en Holanda que vive en el campo. Su hijo Walter está al frente de Trelactea, una conocida empresa local.
Nada fue fácil para aquel grupo de inmigrantes rubios que desembarcó en Tres Arroyos cuando esta pujante ciudad era tan sólo un caserío en medio de la campaña. Pero con tenacidad y empeño alcanzaron el cometido. "No vinieron simplemente para hacer la América; sentían que aquí, en su nueva patria, que iba a ser el país de sus hijos, tenían que cumplir una misión", resumió Abraham Groenenberg.
Korstanje, Maximiliano. Los holandeses en tres arroyos. La búsqueda (I). La inmigración holandesa en la Argentina, 1880-1930. En Revista HAOL, N° 13, invierno, 2007, pp. 141-162. |
* Texto elaborado por el Prof. Julio Zabaljauregui