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Sitio Especial 24 de Marzo

Proscripción

No todo el pueblo aclamó a Lonardi. Sabían que entraban en la era de la pérdida de la libertad. Tapa de la Revista Ahora, 26/9/55. El 16 de septiembre de 1955, civiles y militares concretaron el golpe de Estado autodenominado Revolución Libertadora, que finalizó con la segunda presidencia de Juan Domingo Perón. A pesar de que el general Lonardi —uno de los líderes del movimiento—  proclamó que no hubo “ni vencedores ni vencidos”, el gobierno de facto sometió a la mayoría del pueblo argentino en persecuciones, fusilamientos y proscripción política. Perón iniciaría el camino de dieciocho años de exilio y, con el decreto 4161/56, se trataría de desperonizar a la sociedad.

Desperonizar implicaba no sólo prohibir al peronismo de participar en elecciones, quemar sus libros, castigar a quienes tuvieran en su casa una imagen de Evita o de Perón. Desperonizar significaba derogar la Constitución Nacional de 1949, intervenir la Confederación General del Trabajo, echar por tierra las conquistas sociales, económicas y políticas obtenidas por los sectores trabajadores durante el período peronista.

La sociedad quedó dividida en dos grandes grupos: antiperonistas y peronistas. Estos últimos, sin posibilidad de mostrar su existencia públicamente, se fueron auto-organizando en la llamada Resistencia Peronista.

La Resistencia Peronista surgió como un movimiento inorgánico, los militantes peronistas comienzan a nuclearse en los barrios, en los lugares de trabajo y estudio. Las acciones de protesta eran encubiertas, individuales y colectivas y consistían en sabotajes, huelgas, toma de los lugares de trabajo, interferencia a radios para dar a conocer algún comunicado, colocación de bustos de Perón y Evita en los barrios, asalto a comisarías para confiscar armas, pintadas en las paredes con el símbolo V y P . Se llevaron a cabo levantamientos cívico-militares como el encabezado por el general Juan José Valle —fusilado sin juicio previo, como así también a militantes preronistas en los basurales de José León Suárez, en junio de 1956—. También se iniciaron experiencias guerrilleras rurales, como la de los Uturuncos, desarrollada en Tucumán y Santiago del Estero, entre octubre de 1959 y junio de 1960. A partir de 1955, el peronismo representó y canalizó las críticas y la rebeldía contra los gobiernos de facto del período y trató de generar medidas revolucionarias que apuntaban a lograr la democracia y la independencia económica.

Con la connivencia de la dirigencia de diferentes partidos políticos —quienes ya venían participando de un organismo asesor del gobierno de facto, llamado Junta Consultiva Nacional—, los “libertadores” llamaron a elecciones en 1958 en la creencia de que el peronismo había sido debilitado. Ningún partido político protestó ante la proscripción del peronismo, tampoco se negaron a participar de esas elecciones, en la esperanza de poder atraer a sus filas a los trabajadores o de llegar al gobierno y desde allí negociar con ese sector. Así ocurrió con los presidentes Arturo Frondizi y Arturo Illia. Pero cuando desde el gobierno se acercaban demasiado al peronismo, militares y civiles antiperonistas presionaban y daban un nuevo golpe de Estado.

Ejemplo de las presiones durante la presidencia de Frondizi ocurrió cuando los sindicatos, gracias a la Ley de Asociaciones Profesionales, retomaron parte del espacio y poder perdidos y protestaron con movilizaciones y huelgas ante el agravamiento de las condiciones económico-sociales. El gobierno respondió con el Plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES) que permitía al ejército arrestar e interrogar a los opositores.

Semanario “Resistencia popular”, junio de 1957 En 1959, América será conmovida por la revolución cubana, que llevará a Fidel Castro y Ernesto Guevara a controlar los hilos del poder en la isla luego de varias décadas de gobiernos antipopulares y de protectorado estadounidense. Los cambios propuestos atentaban contra los privilegios de los sectores medios y altos de la sociedad cubana y de los capitales transnacionales; esto sumado al acercamiento de Castro a la U.R.S.S., provocó tensiones con los Estados Unidos y transportó al continente americano el conflicto entre EE.UU. y los soviéticos, conocido como Guerra Fría.
                                   
La revolución cubana inspiró a las juventudes de todo el mundo que aspiraban a la construcción de una sociedad más justa. En América Latina surgieron movimientos populares que pretendieron transformar el modelo tradicional. Propusieron reformas agrarias, sindicalizar a los campesinos —tal el caso de Joao Goulart, en Brasil que cayó producto de un golpe de Estado alentado por Estados Unidos. Situaciones análogas se dieron en el resto del continente. Estos fracasados intentos de dar respuesta a los problemas económico-sociales generaron malestar, incorformismo, resistencia y aumento de la politización en las organizaciones de masas que se desarrollaron y perfeccionaron.

En este contexto, el presidente Kennedy propuso medidas reformistas que contrarrestaban las simpatías de la población estadounidense hacia el socialismo y, en relación a Latinoamérica, su propuesta fue la Alianza para el Progreso, a través de la cual promovió inversiones económicas y tecnológicas de su país que garantizarían el mejoramiento de las condiciones de vida en el continente. Tras el asesinato de Kennedy, se retornó a la tradicional política intervencionista y de apoyo a brutales dictaduras en diferentes partes del globo.

El Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín evidenciaron la preocupación de la Iglesia Católica por la situación de los sectores más carenciados. En Medellín se sentaron las bases de la Teología de la Liberación, que invitaba a los sacerdotes a desarrollar un compromiso político y social optando por los pobres. Surgió un grupo de curas que se distanciaban del habitual soporte social de la Iglesia.

Integrantes de Montoneros secuestraron al ex-presidente de facto Pedro Aramburu- Luego se hicieron cargo de su muerte.  Tapa de la Revista Periscopio, julio de 1970. El ejemplo de la toma del poder utilizando la vía armada cundió en Latinoamérica. A partir de 1968, la guerrilla apareció en el ámbito urbano: Tupamaros, en Uruguay; Movimiento de Izquierda Revolucionaria, en Chile.

En Argentina, el retroceso en los derechos políticos, sociales y económicos que los trabajadores habían conquistado encaminó –sobre todo a los integrantes de la Resistencia peronista y grupos de izquierda- a forjar un fervor revolucionario para alcanzar objetivos bien definidos: liberación nacional y revolución social. Dos objetivos que en la década del ‘70 serían sintetizados en el concepto de lucha antiimperialista. La Resistencia peronista trabajaba por la concreción de esos ideales y también por el retorno de Perón.

A medida que crecían las medidas antipopulares y la represión por parte del gobierno de facto denominado “Revolución Argentina” (1966-1973), creció la resistencia de algunos partidos políticos, que también fueron desarrollando su brazo armado que generalmente funcionaba desde la clandestinidad. Tal el caso del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) que contaba con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); también en el movimiento peronista surgieron organizaciones armadas como Montoneros y Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).

En 1971 asumió Lanusse, que veía en la legalización del peronismo la solución a los crecientes problemas —descontento popular, actividad guerrillera, mayor nivel represivo—. Promovió conversaciones con Perón, quien luego de su regreso al país en 1972, auspició la fórmula Cámpora-Solano Lima que se impuso ampliamente en los comicios del 11/3/1973. Cambio con justicia social era la esperanza que el pueblo alentaba.

Decreto-ley 4161