Joel Robert Poinsett, cónsul general de los Estados Unidos de Norteamérica para las provincias españolas de Buenos Aires, Chile y Perú, en un informe a su gobierno el 3 de febrero de 1811 expresó:
"Don Manuel Belgrano que, desde la batalla de Vilcapugio había permanecido en el retiro, reasumió el mando del ejército del Perú. Las tropas recibieron con entusiasmo al general que tan a menudo los había conducido a la victoria... y que había conservado su integridad en medio de los cambios de partido y las intrigas de facción, y no había manifestado otra ambición que consagrar su vida y fortuna a la gran causa en que estaba empeñado." |
José Celedonio Balbín, dedicado al comercio en Tucumán, conoció a Belgrano e intimó con él. De una de las dos cartas que en 1860 dirigió a Mitre, se entresacan los párrafos en que se formulan una semblanza y otras referencias sobre el prócer.
"El general era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba, tenía una fístula debajo de un ojo (que no lo desfiguraba porque era casi imperceptible), su cara era más bien de alemán que de porteño, no se le podía acompañar por la calle porque su andar era casi corriendo, no dormía más que tres a cuatro horas, montando a caballo a medianoche que salía de ronda a observar el ejército, acompañado solamente de un ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo, nunca buscaba su comodidad, con el mismo placer se acostaba en el suelo o sobre un banco, que en la mullida cama. El General Belgrano era un hombre de talento cultivado, de maneras finas y elegantes; gustaba mucho del trato de las señoras. Un día me dijo que algo de lo que sabía lo había aprendido en la sociedad con ellas. Otro día me dice: Me lleno de placer cuando voy de visita a una casa y encuentro en el estrado en sociedad con las señoras a los oficiales de mi ejército; en el trato con ellas los hombres se acostumbran a modales finos y agradables, se hacen amables y sensibles, en fin, el hombre que gusta de la sociedad de ellas nunca puede ser un malvado. Se presentaba aseado como lo había conocido yo siempre, con una levita de paño azul con alamares de seda negra que se usaba entonces, su espada y gorra militar de paño. Su caballo no tenía más lujo que un gran mandil de paño azul sin galón alguno, que cubría la silla, y que estaba yo cansado de verlo usar en Buenos Aires a todos los jefes de caballería. Todo el lujo que llevó al ejército fue una volanta inglesa de dos ruedas que él manejaba, con un caballo y en la que paseaba algunas mañanas acompañado de su segundo el General Cruz; esto llamaba la atención porque era la primera vez que se veía en Tucumán. En los días clásicos que vestía uniforme se presentaba con un sombrero ribeteado con un rico galón de oro que le había regalado (el hoy general) don Tomás Iriarte cuando se pasó del ejército enemigo. La casa que habitaba y que el general mandó edificar en la Ciudadela era de techo de paja, sus muebles se reducían a doce sillas de paja ordinaria, dos bancos de madera, una mesa ordinaria, un catre pequeño de campaña con delgado colchón que siempre estaba doblado; y la prueba de que su equipaje era muy modesto, fue que al año de haber llegado me hizo presente se hallaba sin camisas, y me pidió le hiciese traer de Buenos Aires dos piezas irlanda de hilo, lo que efectué. Se hallaba siempre en la mayor escasez, así es que muchas veces me mandó pedir cien o doscientos pesos para comer." |
Samuel Haigh, viajero inglés, llegó a nuestro país en 1817 como representante de una firma comercial. De regreso a su patria, publicó, en 1829, sus bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, en los cuales describe sus encuentros con San Martín, O'Higgins, Monteagudo, Belgrano -con éste y su ejército, cerca de Fraile Muerto (Córdoba)- y otros personajes de la época.
Apenas habíamos andado dos leguas, por la mañana cuando encontramos toda la fuerza del General Belgrano, compuesta de 3.000 hombres, en camino al interior. Los soldados iban en estado lastimoso, muchos descalzos y vestidos de harapos y como el aire matutino era penetrante, pasaban tiritando de frío cual espectros vivientes. El general no había todavía montado a caballo: se hallaba en la posta y me invitó a participar de su almuerzo. Fue muy afable, especialmente después de saber que yo era inglés; pues él también había viajado en Europa y estado en Inglaterra, y me pidió dar recuerdos a Mister Hullet, de Syndenham Grave; para cumplir aprovechó esta primera aunque tardía oportunidad. Le hice saber noticias de Chile, y le informé que el Lord Cochrane había ido a Payta, en busca de la escuadra española, y en su ausencia, el almirante Blanco había levantado el bloqueo de Lima y regresado a Valparaíso. Esta afirmación pareció sorprenderlo y se expresó como si fuese desatinada la conducta del almirante en aquella ocasión; sin embargo me dijo en inglés: "What can you expect from us; we must, commit blundres, for we are the sons of Spaniards, and no better than they are" ("Qué, puede esperar usted de nosotros? Debemos cometer desatinos, pues somos hijos de españoles, y no mejores que ellos"). El Coronel Bustos, que también almorzaba con nosotros, parecía un hombre inteligente. Belgrano nació en Buenos Aires y tenía reputación de ser muy instruido, pero no fue general afortunado. Entonces, debido a su debilidad, no podía montar a caballo sin ayuda extraña, y no parecía capaz del esfuerzo requerido para la guerra en las Pampas. Su persona era grande y pesada, pero tenía un hermoso rostro italiano. El general me informó que sus soldados iban tan escasos de ropa porque se había suspendido la remisión de auxilios de Buenos Aires, pues el gobierno temía que cayesen en manos del enemigo (Los caudillos del litoral, contra los que combatía el ejército del Perú, al mando de Belgrano). Se había negociado una tregua de ocho días entre los beligerantes hasta que llegase de Buenos Aires contestación a algunas proposiciones. Me preguntó mi ruta y me aconsejó ir por territorio de los indios, pero le informé de mi arreglo con los gauchos. "Bien -díjome-, son gente salvaje, pero mi nombre quizás pueda servir a usted", y me extendió un pasaporte por si encontraba alguna guerrilla de Buenos Aires. |
José María Paz ingresó en la milicia en 1810 y sirvió bajo las órdenes del General Belgrano hasta 1819. Las impresiones y juicios que se transcriben, figuran en sus Memorias Póstumas aparecidas en 1855.
El General Belgrano, por más críticas que fuesen nuestras circunstancias, jamás se dejó sobrecoger del terror que suele dominar a las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad, la arrostró con una constancia heroica. En las situaciones más peligrosas se manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los débiles e imponiendo a los que suponía pusilánimes, aunque usando a veces de causticidad ofensiva. Memorias Póstumas |