Los últimos meses de Belgrano
La enfermedad que padecía Manuel Belgrano condicionó su accionar político y militar. En septiembre de 1819 dejó el mando del ejército al general Francisco Fernández de la Cruz. Los últimos meses de su vida los pasó en Tucumán, en soledad y reducido a una apremiante pobreza. De vez en cuando, recibía la visita de muy pocos amigos que le facilitaban el dinero suficiente para poder vivir y a quienes les expresó que sentía que sus dolencias se agravaban y que deseaba morir en Buenos Aires.
Para viajar a Buenos Aires, pidió al gobierno que le suministrara los fondos necesarios, pero no recibió respuesta positiva. Fue uno de sus amigos José Celedonio Balbín quien le facilitó la suma de 2.000 pesos plata, que Belgrano aceptó y prometió devolverle cuando le pagaran el dinero que las sumas que le debían por su trabajo como general del ejército.
En el viaje a Buenos Aires, lo acompañaron su capellán, su médico de cabecera, el doctor Joseph Redhead y un hermano de Dolores Helguera. Su enfermedad había llegado a un estado tan avanzado que ya no podía andar a caballo, debía ser bajado en brazos al llegar a cada posta. En Buenos Aires, pasó el tiempo que le quedaba sentado en un sillón y en la cama donde falleció. Sólo recibió la visita de sus hermanos y de muy pocos amigos. Fue sepultado en la Iglesia de Santo Domingo.
Contaba don José Celedonio Balbín a Bartolomé Mitre:
“De resultas de la revolución (la del Capital Abraham González) se vio abandonado de todos el General Belgrano, nadie lo visitaba, todos se retraían a hacerlo. Entonces empecé a visitarlo todas las tardes, y cuando su enfermedad se lo permitía salíamos juntos a pasear a caballo. Esto nos traía la animadversión de los revolucionarios, lo que me importaba muy poco, porque cumplía un deber de amistad. Como quince días después de la revolución, una tarde me dijo el General: me hallo sumamente pobre, se han agregado a mi causa varios jefes fieles y honrados y no tengo como mantenerlos; ayer he escrito al gobernador Aráoz pidiéndole algún auxilio de dinero y me lo ha negado; le hice presente al general, que había hecho mal en dirigirse al gobernador, estando yo que podía darle lo que necesitase. Al día siguiente le mandé $6.000 con su mismo criado. Una tarde que paseábamos a caballo me dice el General: yo quería a Tucumán como a mi propio país (hace referencia a Buenos Aires) pero han sido tan ingratos conmigo que he determinado irme a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día. Le aprobé su pensamiento indicándole que no debía perder tiempo. A los 3 ó 4 días lo encontré triste y abatido, le pregunté lo que tenía y me contestó muy afligido: amigo, ya no pudo ir a morir a mi país, pues no tengo recurso alguno para moverme de aquí: ayer he escrito al gobernador pidiéndole algún dinero y caballos para mi carruaje y me ha negado todo. Le contesté, habiendo caballos y plata y cuánto se necesite… y me preguntó ¿de dónde lo sacó?- pues ¿qué se ha olvidado usted que me tiene de amigo? Si, lo sé, me contestó, pero lo he molestado a usted tantas veces, que no quiero serle más gravoso. Señor general a mí no me molesta nunca y en prueba de ello, dentro de dos días le mandaré a Usted. 2.500 pesos, haga ya los preparativos par su viaje. Le mandé lo ofrecido y se empeñó en que lo acompañara, ofreciéndome un asiento en su coche, pero me resultó imposible complacerlo. A los ocho días se puso en marcha el General acompañado del Dr. Redhead y su Capellán el Padre Villegas, con dos ayudantes, los Sargentos mayores don Jrónimo Helguera y don Emilio Salvigni. Cuando llegaban a una posta, lo bajaban cargado y lo conducían a una cama”. |
Más adelante Balbín continúa:
“Al día siguiente de llegar a Buenos Aires, pasé a visitar al General Belgrano a quien encontré sentado en un sillón poltrona, en un estado lamentable; después de un momento de conversación me dice: es cruel mi situación pues me impide montar a caballo, para tomar parte en la defensa de Buenos Aires, contra López el de Santa Fe, que se prepara para invadir esta ciudad; luego siguió diciendo: Amigo Balbín, me hallo muy malo, duraré pocos días, espero la muerte sin temor, pero llevo un gran sentimiento de sepulcro; le pregunté ¿Cuál es General?, y me contestó; muero tan pobre que no pudo pagarle el dinero que me prestó, pero no lo perderá Ud. El gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos, luego que el país se tranquilice le pagarán a mi albacea, el que queda encargado de satisfacer a Ud. con el primer dinero que reciba. Como un año después de su fallecimiento fui pagado.” |
Testamento de Belgrano
Sin tener esposa e hijos legítimos, Manuel Belgrano redactó su testamento el veinticinco de mayo de 1820, dejando sus bienes a su hermano, el sacerdote Domingo Estanislao Belgrano. Aunque no aparece en el testamento, le encargó a su hermano que cuidara de su hija de tan sólo un año, Manuela Mónica, brindándole todo lo que necesitara.