El 12 de junio, el militar Mario Benjamín Menéndez informó de la difícil situación al comando destacado en Comodoro Rivadavia, para que lo transmitiera a la Junta Militar. El 14 de junio las tropas argentinas cesaron el fuego y el general Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante los ingleses.
Luego de la rendición, las tropas británicas llegaron a tener cerca de once mil prisioneros argentinos, pero no tenían los elementos necesarios para abastecerlos: carpas, alimento, agua. De todas maneras informaron que los prisioneros de guerra recibirían buen trato y que realizarían su evacuación por la vía marítima. Los soldados argentinos se encontraban en estado lamentable, algunos casi desnutridos y con un importante agotamiento físico y mental producto de los combates y de la situación de tensión. Muchos de ellos fueron alojados en galpones de las Falkland Island Company (FIC). Los ingleses seleccionaron a un grupo de soldados para que se dedicaran a recoger municiones, armamento y cadáveres que estaban dispersos en el campo de batalla.
El 16 de junio, los prisioneros fueron asistidos por miembros de la Cruz Roja Internacional. Integrantes de la oficialidad argentina solicitaron que gestionaran ante los ingleses las provisiones necesarias para mejorar la situación de sus subordinados, pero los integrantes de la organización no pudieron dar respuesta a esos requerimientos.
Luego de la caída de Puerto Argentino, el buque hospital “Almirante Irizar”, trasladó heridos a Comodoro Rivadavia, luego realizó el traslado de ex-prisioneros a Ushuaia y a Puerto Madryn.
Los británicos informaron a las autoridades argentinas que evacuarían a los prisioneros en los buques ingleses “Canberra” y “Nortland”, que zarparon el 19 de junio con destino a Puerto Madryn, donde arribó el 20 de junio. El 14 de julio llegó a Puerto Madryn el buque inglés “St. Edmund”, que traía a bordo a los últimos prisioneros y rehenes argentinos –seiscientos oficiales en total-.
¿Como fue el regreso?
Finalizada la guerra, los soldados regresaron pronto al continente, pero no se reencontraron con sus familias sino que fueron llevados a instalaciones militares. Se los mantuvo un tiempo allí, con la finalidad de mejorar su condición física y lograr que la sociedad se olvidara rápidamente de la derrota. Además, dentro de los cuarteles continuaban las acciones de adoctrinamiento y los superiores “solicitaron” a los soldados la firma de una declaración por la que se obligaban a no hablar acerca de la guerra. Deberían callar, era una cuestión de Estado.
Después de varias semanas salieron del cuartel con rumbo a sus destinos de origen. Al salir de los cuarteles se encontraban con familiares de los soldados. Padres, madres, hermanos, esperaban invadidos por la incertidumbre, no sabían si sus seres queridos habían sobrevivido, si estaban heridos o habían muerto en las islas.
Los buscaban desesperadamente. En medio del tumulto se producía el recuentro, los brazos no alcanzaban para asir al hijo, al hermano, al novio, habían logrado lo más ansiado. Las familias se marchaban para sus hogares, pero muchos padres se quedaban solos con su dolor parados frente al cuartel.
La guerra de Malvinas fue el último intento del gobierno de facto para legitimarse y para que sus miembros fueran valorados como los héroes que lucharon por la patria. Pero nada de eso sucedió; era necesario disimular, borrar de la memoria colectiva esa derrota. Iniciaron entonces una tarea que fue llamada “desmalvinización” que consistió en ignorar la cuestión de Malvinas y todo lo que estuviera vinculado a ella. En los periódicos, los programas de radio y televisión ya no aparecían titulares triunfalistas, pero tampoco se le dedicaba espacio a la posguerra, los medios de comunicación aportaron también a ese proceso de desmalvinización.
Excepto los familiares de los soldados, el resto de la sociedad los ignoró. No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, se los escondió, se desplegó un manto de olvido. De alguna manera, la sociedad responsabilizaba por la derrota a los soldados, que pasaron a ser mencionados como “los chicos de la guerra” y no ya, los hombres que habían empuñado armas, combatido al enemigo y que habían arriesgado y perdido su vida en los combates.
Los ex-combatientes tenían urgencia por contar sus vivencias, compartir su temor, dolor, frustraciones, furias. Pero las autoridades les habían ordenado callar y toda la sociedad les exigía el silencio como un modo de esconder la derrota.
Para muchos sectores hablar de la guerra implicaba una reivindicación de lo actuado por la dictadura cívico-militar, ya que fue su cúpula la que tomó la decisión de reconquistar las islas y fue su oficialidad la que colocó en el frente de batalla a los inexpertos soldados.
Otros sectores reavivaron su voz contra la dictadura, responsabilizando a los integrantes del gobierno de facto de la derrota de Malvinas, de llevar a la guerra a jóvenes conscriptos que no tenían la suficiente preparación para enfrentar a los expertos soldados ingleses.
El fracaso obtenido complicó la situación interna de las fuerzas armadas. Leopoldo Galtieri fue reemplazado interinamente por el General Saint Jean el 18 de junio de 1982. Días posteriores, la armada y la fuerza aérea tomaron distancia del gobierno de facto y fue la cúpula del ejército la que nombró al general Reynaldo Bignone como presidente de facto. Entretanto, concientes del desgaste del gobierno, sus integrantes mantuvieron reuniones con los miembros de la Multipartidaria y sindicatos y fueron preparando la restauración democrática y las elecciones, que se llevarían a cabo en octubre de 1983.
Le proponemos la lectura de fragmentos del informe elaborado por la Comisión encargada de analizar y evaluar las responsabilidades políticas y militares de los integrantes de las fuerzas armadas durante la guerra.