De regreso al continente, los ex-combatientes se encontraron con la indiferencia social y el olvido incentivado por el proceso de desmalvinización impulsado por las autoridades de facto. A partir de la vuelta, los soldados iniciaron un doloroso camino, convencidos de que sus vidas ya no serían la mismas.
La sociedad comenzó a hablar de “los chicos de la guerra”, tratamiento pueril que intentaba sepultar a hombres que, siendo tan jóvenes, habían atravesado por la traumática situación de la guerra.
Los ex–combatientes de Malvinas son alrededor de 11.000 personas. La mayoría de ellos son habitantes de las provincias del litoral y del centro del país: Corrientes, Misiones, Chaco, Formosa, Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba.
Según la legislación nacional que -luego del retorno de la democracia a partir del 10 de diciembre de 1983- se fue construyendo en torno de los ex-combatientes, se considera veterano de la guerra de Malvinas al personal de oficiales, suboficiales y soldados de las fuerzas armadas y de seguridad que participaron en las acciones bélicas desarrolladas en el TOM (Teatro de Operaciones Malvinas) y en el TOAS (Teatro de Operaciones del Atlántico Sur), incluyendo a los civiles que desempeñaban funciones de servicios y/o apoyo logístico en los lugares donde transcurrieron las acciones. El encargado de certificar la condición de veterano de guerra es el Ministerio de Defensa de la Nación.
Aquel personal que fue convocado o movilizado al sur del paralelo N° 42, pero que no cumplió funciones ni en el TOM ni en el TOAS, para la legislación argentina no es considerado veterano de guerra. El grupo de personas comprendidas en esta situación, reclama en la actualidad que se los equipare al resto de la oficialidad y de la soldadesca.
A partir de la restauración democrática, los nuevos gobiernos continuaron ignorando a los veteranos de guerra, tenían otras prioridades. Los integrantes de la sociedad no fueron concientes de que una situación de guerra provocaba daños irreversibles, físicos, psíquicos y sociales, ya sea en los ex-combatientes como en su grupo familiar y no colaboraron en su reinserción social. Esos jóvenes no eran los mismos que habían partido hacia las islas, la relación con su familia, amigos y la sociedad en general, sería totalmente distinta. Por otra parte, vivenciaron y sintieron el impacto del cambio de rol que la sociedad les asignó; de héroes pasaron a derrotados y a ser invisibilizados. Este fue un gran impacto negativo para los veteranos de guerra porque se trasladó a ellos la responsabilidad de los que dirigieron política y militarmente el conflicto y provocaron la derrota.
Volver a la sociedad implicaba retomar o iniciar estudios; reinsertarse en el seno de sus familias y/o conformar otras nuevas; encontrar trabajo y vivienda; ejercer sus derechos y deberes ciudadanos; pero para realizar cualquiera de esas acciones era necesario que los veteranos contaran con una atención sanitaria debido a que fueron múltiples las consecuencias psíquicas y físicas padecidas por los ex-soldados: muchos tuvieron riesgo de muerte, desnutrición, congelamiento, esfuerzos físicos, sordera por las explosiones, etc.
Fue difícil que consiguieran trabajo en el ámbito privado, a pesar de que una decisión gubernamental obligaba a los empresarios a contratar ex–combatientes. El Estado trató de paliar esa situación reservándoles puestos en la administración pública; pero esa acción fue perdiendo espacio a medida que estos trabajadores por cuestiones vinculadas a sus problemas físicos y/o psíquicos no llegaban a desempeñarse como cualquier otro empleado. Eran los "locos de la guerra". Síntomas de depresión, disturbios en el sueño o sueños recurrentes y pesadillas, recuerdos traumáticos, introversión, culpa por haber sobrevivido a sus compañeros de combate, eran síntomas del llamado síndrome de stress post-traumático, que los veteranos no podían manejar sin la ayuda de profesionales y la contención de sus familiares.
Desde el Estado nacional y los gobiernos provinciales se desarrollaron programas de salud que trataron de responder a la situación de los ex-combatientes, pero no fueron suficientes. La frustración individual y social que experimentaban llevó a muchos de ellos al aislamiento y a la depresión y a buscar apoyo en las drogas o el alcohol. Algunos trataron de resolver sus problemas a través del suicidio. En la actualidad, son alrededor de cuatrocientos los veteranos que decidieron dar fin a su vida. Estos problemas no sólo afectan a los veteranos, sino también, a sus familias.
Una alternativa para hacerse visibles ante una sociedad que los quería esconder fue comenzar a organizar los centros de ex-combatientes o de veteranos de Malvinas, lugares donde podían encontrarse con sus compañeros, romper el silencio, desahogarse. Así, funcionaron como lugares de contención, pero también, como asociaciones que contaron con bolsas de trabajo, planes de viviendas, tratando de dar respuesta a sus problemáticas fuera de la órbita estatal. Además, trataron de conseguir beneficios para los veteranos, ya sea, pensiones, compensaciones monetarias, planes de atención sanitaria, etc.
Los actos públicos y manifestaciones de los veteranos de guerra sirven como fuente de reclamo y posibilidad de expresión contra los gobiernos que los invisibilizan. Estas organizaciones son importantes y se fueron consolidando como otro de los grupos de presión que actúa en la sociedad, con la particularidad de que exigen del Estado inclusión social, en correspondencia con lo éste les exigiera –defender su integridad territorial- en un pasado para nada lejano y cuyas consecuencias conviven con nosotros.
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