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Vida en la ciudad
Organización espacial
La fundación de una ciudad no constituía un accidente histórico o un mero formulismo. Tal acto comprendía la creación de un centro urbano con sus propias atribuciones y jurisdicciones y dispuesto a organizar su vida política.
Las ciudades coloniales americanas tenían una organización espacial que fue regulada por la Legislación Indiana a través de las Ordenanzas. Éstas aconsejaban que las ciudades fueran fundadas en sitios elevados, donde pudieran encontrarse condiciones saludables, suelo fértil, abundancia de tierras para la agricultura y el pastoreo, madera para combustible y construcción, materias primas y pertrechos, agua potable, habitantes nativos y un ambiente agradable. Además, establecían el tamaño y la localización de la plaza central y de qué manera se debían trazar las calles de la ciudad. También se reglamentaba cuál era la ubicación de los principales edificios de la ciudad: el palacio virreinal, el ayuntamiento, la aduana, el arsenal, los hospitales, y las iglesias, y hasta la recova para la venta de mercaderías.
Las Ordenanzas de población establecían las normas y los procedimientos de urbanización, determinaban el modo en que debían distribuirse entre los primeros colonos los terrenos para la construcción de viviendas y cómo se asignarían las tierras comunes. Los terrenos para la construcción de mataderos, pescaderías, curtiembres y otras actividades productoras de suciedad debían ubicarse en sitios donde los residuos pudieran ser fácilmente retirados.
La plaza, en toda ciudad colonial americana, era un centro de animación; allí, había que dirigirse todos los días para estar bien informado de lo que ocurría. Las ciudades fueron la piedra angular para el avance hacia los nuevos territorios durante la etapa de conquista y luego durante el proceso de colonización. Se consolidó así, una estructura económica, social y política centrípeta, con foco en la plaza, que resume la vida de la colonia y constituye el epicentro del acaecer histórico.
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Descripción del Buenos Aires colonial
Desde el río, la ciudad era una larga línea de casas bajas, de irregular construcción con un viejo fuerte en el centro. Al llegar al fuerte —donde actualmente se ubica la Casa Rosada—, que incluía un edificio grande, antes residencia de los virreyes y ocupado luego por el presidente de la Primera Junta, se hallaba frente a él una amplia y hermosa plaza dividida por una Recova, una galería en la que se podían encontrar pequeños comercios.
El sector de la plaza ubicado entre el Cabildo, la Recova y la Catedral se utilizaba como Mercado, allí se instalaban diariamente los vendedores ambulantes que llegaban a la ciudad.
Al otro lado de la plaza se encontraba el edificio del Cabildo. Alrededor de la plaza, sobre la calle Rivadavia se encontraba el edificio de la Catedral y, frente a ella, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, había casas de dos pisos.
La gente que estaba en buena condición económica vivía cerca de la plaza, con preferencia, del lado sur. Casi los únicos edificios importantes eran las iglesias.
No había universidad, pero sí un colegio secundario: el San Carlos, ubicado en las actuales calles Bolívar y Alsina.
Había dos grandes cafés que, a falta de diarios, eran el centro de las noticias: el de Catalanes, esquina San Martín y Juan Domingo Perón y el de Mallcos, esquina Bolívar y Alsina. La mejor fonda era la de los Tres Reyes, cerca del fuerte en la calle 25 de Mayo y Rivadavia.
El único y pequeño teatro, llamado La Ranchería, estaba en Reconquista y Juan Domingo Perón, frente a la iglesia de la Merced.
El cuartel principal era el de Infantería de Buenos Aires, en la esquina de Perú y Alsina.
En cuanto a los hospitales, los padres betlehemitas (llamados barbones, por usar barba entera) tenían uno en la manzana comprendida por las calles Defensa, México, Chile y Paseo Colón.
Tres eran los mataderos en las actuales Plaza Constitución, Plaza Once (llamado Miserere) y Recoleta.
Al norte de la ciudad, y separada de ésta por el zanjón de Matorras, estaba el Retiro, terreno irregular, circundado por quintas, que tenía en el centro la plaza de toros y, casi sobre el río, se encontraba el arsenal.
Adaptado de Roberts, Carlos. Las invasiones inglesas. Buenos Aires: Emecé Editores, 2000.
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