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Vida en la ciudad
Las viviendas coloniales y sus habitantes
En sus comienzos, Buenos Aires era una aldea en la frontera, en el “desierto” y en ese contexto sin piedra, sin madera, sin fuertes desniveles que incidieran en la concepción espacial del trazado de la villa, se generó en sus orígenes, una arquitectura simple, con materiales provenientes del entorno próximo, muy etéreos y transitorios.
A partir de la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, Buenos Aires sería su capital. El sistema de monopolio comercial que mantuvo a esta capital fuera del circuito comercial directo con la metrópoli, fue modificado desde 1778, ya que el Reglamento de Libre Comercio, autorizó el comercio directo entre puertos ibéricos y americanos. Como consecuencia, el puerto de Buenos Aires abrió sus puertas para la entrada de productos provenientes de España y para la salida de las producciones locales. Esta situación permitió que llegaran con mayor fluidez mercaderías que hacían a la vida diaria.
Se importaron materiales de construcción, ladrillos, azulejos, maderas, rejas, brea, herrajes, losetas de mármol, todos los insumos en distintas calidades, que puso en evidencia los diferentes poderes adquisitivos, destinos de uso y también un refinamiento en el gusto de la sociedad. Ya no sólo se privilegiaba el uso, sino que comenzó a manifestarse la calidad como un elemento significativo de los objetos utilizados en la construcción. Los materiales de construcción utilizados provenían de diferentes países europeos.
Cada grupo étnico aportó al pensamiento y el conjunto de normas y valores que enriquecen y conforman la cultura urbana. Los procesos económicos originados en la apertura comercial desde 1778, generaron una mayor complejidad en la dinámica económica que permitió cierta movilidad social y la demanda de mejores niveles de vida. Las áreas marginales y la barranca del río, áreas no consolidadas, acogieron a los sectores pobres de la población. Allí, esos sectores construyeron precarias viviendas que sólo cumplían el rol de protección. Los estamentos medios de la población y la masa inmigrante —de origen español, en general— demandó casa habitación con un nivel de calidad y espacios fluctuante entre el rancho de los estamentos más bajos y la casa del patriciado; esta necesidad fue satisfecha por la aparición de la construcción de tipo especulativo. La iglesia y los sectores de comerciantes acomodados invirtieron en edificaciones con criterio rentístico. Para ello, sacrificaron incluso parte de sus propias residencias, con el objetivo de alquilar habitaciones.
El tipo de vivienda, los materiales utilizados en su construcción, la ornamentación, los usos asignados a las piezas, los espacios de lo privado y lo social, era expresión de la necesidad de protección y la acumulación de capital, inversión y demostración del "status social".
Al interior de la vivienda, la vida transcurría con una fuerte separación por género; había un ámbito para las mujeres y otro más íntimo para los hombres. El propietario recibía visitas de personas que no participaban de su intimidad. Éstas eran atendidas en el zaguán y desde allí, pasaban -sin trasponer la puerta principal- al primer cuarto totalmente aislado de la casa. Trasponiendo el zaguán, las habitaciones que daban al primer patio eran utilizadas por los dueños de casa.
Una puerta, un pasillo dividía ese mundo del de la servidumbre. Allí se encontraban la cocina, despensa, el baño y las habitaciones secundarias.
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Vista de Buenos Aires en 1790. Grabado del libro Viaje por la América Meridional de Félix de Azara |
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La vivienda porteña según la descripción de un viajero inglés
Llegué a la casa que me habían recomendado alquilar.
Desde afuera sólo se veía la fachada de ladrillo o yeso, en el centro una puerta muy alta que estaba flanqueada por dos ventanas a cada lado. La puerta y las ventanas tenían en su parte superior guardas ornamentales.
La puerta se hallaba resaltada por dos falsas columnas y a través de ella se entraba al zaguán, un pasillo que daba a la puerta cancel por la que se entraba a un patio embaldosado, solamente los conocidos traspasaban esa puerta.
En el zaguán había una tercera puerta que daba a una sala, donde el dueño de casa recibía a las personas que no eran de la intimidad de la familia para tratar asuntos de negocios, cuestiones políticas o de cualquier otra índole.
El patio era, por lo general, cuadrado y tenía en el centro un aljibe o una fuente, muy alegre y perfumado por magnolias, limoneros y jazmines. Alrededor de él se encontraban los dormitorios y la sala, centro de la vida familiar.
Alejadas del resto de la casa y separadas del edificio principal se hallaban el baño y la cocina. Su desvinculación con el resto de la casa se debía a razones de higiene, por la ausencia de una red de saneamiento y por los humos generados en la cocina, donde se utilizaba un brasero.
Por razones prácticas, la posición de la cocina condicionaba la ubicación del comedor, que se ubicaba en una de las habitaciones cercanas al fondo pero con vista al patio central.
Luego de la cocina y el baño y mucho más al fondo aún, se encontraban las habitaciones de la servidumbre, la huerta y el gallinero.
Las ventanas que daban a la calle eran muy bajas y llegaban en su parte inferior casi a tocar el suelo. Las porteñas se sentaban en los alféizares para observar a los transeúntes y recibir los saludos de los amigos de los cuales las separaban fuertes barrotes de hierro que aseguraban las ventanas pero, además, servían de sostén a guirnaldas de hermosas plantas.
En la sala que daba a la calle, las señoras tenían un espacio reservado exclusivamente para ellas, con muebles pequeños donde apoyaban los materiales que utilizaban para sus labores. Mientras una mulata les cebaba mate, ellas cosían y bordaban, practicaban canto y conversaban sobre los vestidos que usarían para ir al teatro o a misa. En las pocas ocasiones que las señoras salían de la casa eran acompañadas por una esclava o por un hombre de la casa. Las jóvenes obedecían a su padre en todo y sólo cuando se casaban se alejaban del hogar paterno. El padre elegía a los novios de sus hijas teniendo en cuenta que tuviera una buena posición económica y que fuera de buena familia.
También las azoteas eran un lugar de reunión, sobre todo, para aquellos que no deseaban oír el bullicio de la calle y en tiempos de las invasiones inglesas, desde allí los porteños arrojaron agua hirviendo a nuestro ejército, ocasionando muchísimas bajas.
Los pisos eran de baldosas de ladrillo rojo bien brillante, algunas veces, con dibujos. Los tirantes de los techos eran de madera de urunday o de palmera y casi nunca se cubrían con un cielo raso. Las paredes lucían coloridos papeles de las fábricas de París y las habitaciones, hermosos muebles europeos.
En invierno calentaban sus frías y húmedas habitaciones por medio de braseros, a riesgo de sofocar a los que estuviesen dentro con el tufo y el humo del carbón; algunas familias que visité tenían estufas inglesas con chimeneas.
En construcciones nuevas se habían introducido pisos altos. Así que, en la planta baja había comercios o almacenes de depósito y en la planta alta residían las familias.
Aunque sabía que la ciudad contaba con dos hoteles ingleses y aunque el precio que me habían pedido por el alquiler era elevado, preferí la privacidad y acepté hospedarme en esta casa.
Adaptación de Woodbine Parish, Buenos Aires y las provincias del Río de la Plata desde su descubrimiento y conquista por los españoles. Buenos Aires: Hachette, 1958 y D’ Orbigny, Alcides, Viajes a la América Meridional, Buenos Aires: Futuro, 1945. |
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