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Vida en la ciudad

Los pobladores y sus actividades

A partir de la creación del Virreinato en 1776, se produjeron cambios en la vida de la población de Buenos Aires. Los censos de la época muestran un importante aumento del número de pobladores de las diferentes etnias. La población blanca se incrementó producto de la inmigración de catalanes, vascos y gallegos que, hacia mediados del siglo XVIII, llegaron atraídos por el incentivo de hacer fortuna, que no tardaron en consolidar, conformando un sector mercantil que ocupó un lugar de privilegio en la sociedad rioplatense. Aunque procedieran de las capas más humildes, al pisar tierra americana, estos españoles se consideraban con derecho de mando y jerarquía superior. La ciudad crecía y con ella la necesidad de crear nuevas instituciones administrativas, cuyo manejo recayó también en manos de este sector de la población.

Así, los funcionarios y los comerciantes pasaron a ocupar el primer rango dentro de la escala social. Junto a ellos se encontraban los integrantes del alto clero, de origen español. La Iglesia Católica tenía una gran influencia en el desarrollo de la vida cotidiana de la sociedad colonial. En los últimos tiempos, del virreinato algunos criollos comenzaron a ocupar cargos públicos y también a tratar de influir en la vida comercial.

El abanico social se completaba con los esclavos negros, que habían sido traídos de África, aunque las normas prohibían utilizar puertos no habilitados –como el de Buenos Aires- para el comercio de esta “mercancía humana” pero, su introducción al Río de la Plata se efectuaba a través del contrabando, incluso con la connivencia de las autoridades. Eran esclavos ellos y sus hijos, pues seguían la condición de sus padres. Los esclavos podían dejar de serlo cuando sus dueños los ponían en libertad mediante una declaración formal o por testamento.

Hacia finales del siglo XVIII, se autorizó a los esclavos a comprar su propia libertad. Los esclavos podían casarse libremente y se procuraba mantener unidas a las familias. Los dueños de los éstos exigían obediencia y se apropiaban de todo aquello cuanto produjesen. Los amos tenían el derecho de castigarlos moderadamente y estaban obligados a instruirlos en la religión, a alimentarlos y vestirlos y a dejarles dos horas diarias libres para que trabajaran en su propio beneficio. Muchos esclavos se dedicaban a tareas domésticas y convivieron con los blancos en una situación de relativa familiaridad; fueron artesanos dedicados a múltiples oficios; trabajaron en las estancias. Los negros, libres y esclavos pudieron organizar sus propias cofradías, fiestas y candombes, tratando de conservar su pertenencia étnica.

En cuanto a la población indígena, el derecho indiano los consideraba personas “miserables”, necesitadas de protección por su incultura, les imponía muchas restricciones a su libertad y los subordinaba a los españoles. Al convertirse al cristianismo, se procuraba que el indio eligiera una sola mujer para que organizara una familia estable. Los indios no tenían libertad de locomoción, sólo podían abandonar sus pueblos para concurrir por turno a trabajar a las ciudades. Las leyes prohibían venderles armas y vino, realizar bailes sin licencia de las autoridades y que anduvieran a caballos; pero estas normas no siempre se cumplieron.

Las leyes que tutelaban a los indígenas se extendían incluso a regular los contratos de trabajo y los salarios que debían percibir por ellos. Algunos aborígenes vivían en las cercanías de la ciudad y eran contratados por los habitantes de la ciudad para realizar trabajos diversos, es decir, estaban en contacto con la población blanca. Otros, los llamados “infieles”, vivían fuera de los territorios ocupados por los españoles; algunos de ellos mantenían contactos eventuales con los blancos y otros, resistieron la dominación de aquellos. Los blancos tuvieron que organizar sistemas ofensivos y defensivos para repeler su avance.

Los casamientos entre indígenas y blancos estaban autorizados aunque estas uniones eran consideradas ilegítimas. La india casada pertenecía al pueblo de su marido. Los hijos de estas uniones, los mestizos, fueron conocidos a principios del siglo XIX con el nombre de gauchos. Poco a poco, los gauchos irían forjando sus costumbres, su idioma, sus normas sociales. Llevaron adelante una vida errante, jaqueados por leyes severas y autoridades arbitrarias, se abastecían del ganado cimarrón que vagaba por la pampa. Cuando las tierras fueron repartidas en estancias, muchos gauchos se incorporaron al trabajo como peones; otros se mantuvieron sin ocupación estable fueron perseguidos por las autoridades como hombres al margen de la ley.

 

La sociedad colonial

Doña Josefa Carballo, quiere vender dos esclavos suyos, marido y mujer, con una hijita de pechos como de edad un año en 800 pesos libres de gastos de escritura, mozos, sanos, y libres de todo vicio; el marido en 350 pesos y la mujer con la hijita en 450 pesos y esta es costurera, lavandera y planchadora.

El 6 de este mes, desde la esquina de la Plaza Mayor hasta la esquina de Riera, se perdió un anillo con un topacio grande, con dos diamantes: quien lo hubiere hallado concurra a este Despacho (donde se hacía el diario) donde se le dirá quién es su dueño y le gratificará. 

Don Juan Mariano Ferrera, maestro de primeras letras en el barrio de San Juan, vende 1negro criollo de 22 años, es buen peón de campo, en cantidad de 360 pesos libres de gastos de escritura.
Adaptación de avisos e información  publicada en el Telégrafo Mercantil

En las Indias hay dos realidades que gobiernan, la una muy contraria a la otra, la primera la de los españoles, los cuales usan del buen gobierno político de España y se ocupan de la administración y beneficio de sus haciendas, crianzas y labranzas, valiéndose para ello del trabajo de los indios y los esclavos negros. Porque los españoles en las Indias no aran ni cavan, son tratados como caballeros.

También se dedican a ser mercaderes y a tener tiendas de cosas de comer y de ropa que llega de España
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Adaptado de Belgrano, Manuel, Autobiografía. Buenos Aires: Eudeba, 1966

Por el presente ordeno y mando a todos los vecinos y moradores de esta ciudad y su jurisdicción, observen, guarden y cumplan lo siguiente:

Que se prohíben los bailes indecentes que al toque de su tambor acostumbran los negros; si bien podrán públicamente bailar aquellas damas que usan la fiesta que celebran en esta ciudad, asimismo se prohíben las juntas que éstas, los mulatos, indios y mestizos tienen para los juegos que ejercitan en los huecos bajos del Río y extramuros, todo bajo la pena de 200 azotes. 

Adaptación del Bando del Gobernador Don Juan José de Vértiz del 20 de septiembre de 1770 en Libro de bandos. Años 1763-1774, Archivo General de la Nación.

Influencia de las nuevas ideas

"Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de las ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos hechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente".

Belgrano, Manuel. Autobiografía. Buenos Aires: Eudeba, 1966.


Motivos de la revolución

"La revolución de América no fue un suceso repentino que debía sorprender a un sujeto medianamente pensador.

[...] las trabas que sugería a la industria y a la cultura; el monopolio tan escandaloso del comercio peninsular: la postergación tan general y descarada que en toda la extensión de la monarquía sufrían los americanos: eran causas de que se quejaban en voz muy alta [...] y se manifestaban síntomas de violencia que preparaban una explosión.

La defensa que logró Buenos Aires en 1807 contra el formidable ejército británico que la invadió, fue un rayo de luz que advirtió a toda la América cuánto puede un pueblo resuelto a perecer antes de sufrir un yugo extranjero”.

Gorriti, Juan Ignacio. Autobiografía política. Buenos Aires: La cultura argentina, 1916.


División de intereses

Fue durante la segunda mitad del siglo XVIII que se produjo en el Río de la Plata una división muy neta de intereses entre los partidarios y los enemigos del libre comercio.

Los comerciantes se dividieron en dos sectores: unos, agentes de la firmas españolas, se oponían al libre comercio, y otros, ligados al tráfico inglés, reclamaban la abolición de todas las trabas.

Los primeros introducían artículos de la península, con sello español aunque fueran extranjeros, y cargaban de regreso a España y a Cuba carne salada, seca y charque, y en menor escala, harina. La salazón de carne, iniciada en 1779, abrió el mercado cubano a la exportación del Río de la Plata.

Los segundos introducían de los países neutrales o de otras colonias mercancías inglesas y cargaban de retorno principalmente cueros, además de sebo, astas, crines, etc., con destino, por vía indirecta, a Gran Bretaña. Estaban estrechamente vinculados al contrabando interno.

Los monopolistas afirmaban, para impedir que exportaran cueros, que “los cueros no eran frutos”, y, en consecuencia, que no estaban comprendidos en los permisos de extracción de frutos del virreinato.
A esa división de los comerciantes correspondía una división paralela de los ganaderos.

Los ganaderos agrupados en torno del saladero dependían de los comerciantes del primer grupo y no tenían interés vital en el comercio con los ingleses. En cambio, los ganaderos vinculados al contrabando interno y externo, productores de cueros, crines, astas, sebo, etc., estrechaban filas con los comerciantes del segundo grupo y exigían con éstos la libertad de comercio. Por otra parte, las curtiembres, jabonerías, etc., también se unían a los segundos.    

Adaptado de Puiggrós, Rodolfo. Historia económica del Río de la Plata. Buenos Aires, Futuro, 1945.


Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810


Voto del obispo Lué
"Consultando a la satisfacción del pueblo y a la mayor seguridad presente y futura de estos dominios por su legítimo soberano el señor don Fernando Séptimo, es de dictamen que el excelentísimo señor virrey  continúe en el ejercicio de sus funciones sin más novedad que la de ser asociado para ellas del señor regente y del señor oidor de la Real Audiencia, don Manuel de Velazco, lo cual se entiende provisionalmente por ahora y hasta ulteriores noticias".

Voto de Cornelio Saavedra
"Que consultando la salud del pueblo, y en atención a las actuales circunstancias, debe subrogarse (reemplazarse) el mando superior que obtenía el Excelentísimo señor Virrey en el Excelentísimo Cabildo de esta capital, interín se forma la corporación o Junta que debe ejercerlo; cuya formación debe ser en el modo y forma que se estime por el Excelentísimo Cabildo, y no quede duda de que el Pueblo es el que confiere la autoridad o mando".

Voto de Manuel Belgrano
"Que se reproduce el voto del señor don Cornelio Saavedra, y que el caballero síndico general tenga voto decisivo".     

Voto del oidor José Manuel Reyes
"Que no encuentra motivo por ahora para la subrogación, pero que en caso de que la pluralidad de este Ilustre Cabildo juzgue que lo hay, pueden nombrarse como adjuntos del Excelentísimo señor Virrey, los señores alcaldes ordinarios de primer voto y el procurador síndico general de la ciudad". 

Voto de Juan José Castelli
"Que se conforma con el voto del señor Cornelio Saavedra con calidad de tener voto decisivo durante el gobierno en el Excelentísimo Cabildo el señor síndico, y que la elección de los vocales de la corporación se haga por el pueblo junto en Cabildo General sin demora".

Voto de Pascual Ruiz Huidobro
"Que debía cesar la autoridad del excelentísimo señor virrey y reasumirla el Excelentísimo Cabildo como representante del pueblo para ejercerla, ínterin forme un gobierno provisorio dependiente de la legítima representación que haya en la Península de la soberanía de nuestro augusto y amado monarca el señor don Fernando Séptimo".

Actas del Cabildo de Buenos Aires del 22 de mayo de 1810.

 

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